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Carlos F. Heredero.

A la vez que descubrimos en el Festival de San Sebastián una hermosa obra maestra de Terence Davies (The Deep Blue Sea) y que el Festival 4+1 rescata del limbo piezas tan valiosas como Meek’s Cutoff (Kelly Reichardt) o Chantrapas (Otar Iosseliani), tres películas que llegan del Festival de Cannes (El niño de la bicicleta, Restless, Another Year), una que viene de Venecia (Somewhere) y otra de Donostia (Las razones del corazón) ofrecen este mes, en las pantallas comerciales españolas, un abanico inesperadamente amplio y estimulante de creaciones contemporáneas. Son cinco películas que solo tienen en común el hecho de haber sido filmadas por autores ya consagrados (los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, Gus Van Sant, Mike Leigh, Sofia Coppola y Arturo Ripstein), creadores de edades y generaciones muy diferentes, pero cultivadores de otros tantos universos fílmicos rabiosamente personales y perfectamente identificables como tales.

El realismo naturalista de los Dardenne, el imaginario lírico de Gus Van Sant, el espejo chejoviano de Mike Leigh, la mirada sensible de Coppola y el aguafuerte coreográfico de Ripstein vienen a poner sobre el tapete la actualidad de un cine sin concesiones que nace del imaginario más íntimo de sus creadores, hecho casi siempre a contrapié de las modas e, incluso, de las expectativas que a veces se pueden alimentar sobre sus autores. Que el héroe filmado por los cineastas belgas sea un niño abandonado por su padre, que los protagonistas del británico sean un matrimonio de edad madura, rodeado de amigos y familiares en su existencia cotidiana, o que la heroína del mejicano sea una mujer rota por el desamor y la vejación machista, es seguro que no extrañará a nadie, pero que la joven americana proponga un vigoroso retrato masculino y que su compatriota de Portland filme una historia de amor heterosexual entre adolescentes también es seguro que romperá las previsiones de muchos de sus seguidores.

Por otra parte, tampoco los tres que se mantienen más cerca de sus registros habituales se conforman con ofrecer más de lo mismo, puesto que regresan –es cierto– a sus respectivos territorios, pero lo hacen para buscar –y encontrar– en ellos nuevos ángulos desde los que consiguen profundizar la aventura del conocimiento para sí mismos y para sus espectadores. Son otras tantas obras de sedimentación y madurez, pero no por ello cansadas ni perezosas, pues son trabajos libérrimos, concebidos sin ataduras y filmados con radicalidad. Son cinco películas, a su vez, completamente ajenas a todo prurito elitista, cinco títulos que buscan expresamente la complicidad de los espectadores, pero que lo hacen sin rendir sus armas, sin excitar las emociones más primarias, dirigiéndose a la sensibilidad reflexiva tanto como a la inteligencia emocional de sus audiencias.

Para dar cuenta de esta buena nueva, el Gran Angular y el Cuaderno Crítico de este mes se extienden más allá de lo habitual y comprimen, en consecuencia, el espacio del resto de las secciones. A fin de cuentas, no siempre (en realidad, muy pocas veces) la cartelera fílmica española consigue aglutinar un ramillete tan lustroso de películas, de manera que, por una vez, dejémonos de lamentos y celebremos la ocasión.