Print Friendly, PDF & Email

Carlos F. Heredero.

Los balances son siempre un arma de doble filo. Resultan imprescindibles para echar cuentas y para trazar una radiografía general del estado de la cuestión, pero también resultan equívocos si las conclusiones que extraemos de ellos no son capaces de mirar debajo de los números o más allá de los listados, si no llegamos a ver realmente lo que está más allá, o más acá, de las sumas y restas, de los rankings confeccionados con títulos y con cineastas, por muy exhaustivos que estos sean.

“No existe ningún descubrimiento importante”, dice Àngel Quintana, entre las películas americanas más valoradas en el 2009 por esta revista. Ciertamente, ni Gus Van Sant, ni Quentin Tarantino, ni Clint Eastwood, ni Jim Jarmusch son precisamente “nuevos hallazgos”. Lo mismo sucede con los cineastas asiáticos que han conseguido situarse entre los primeros puestos de la lista (Kore-eda, Nobuhiro Suwa, Hou Hsiao-hsien) y otro tanto con los europeos (Arnaud Desplechin, Pedro Almodóvar, Manoel de Oliveira, Laurent Cantet). Si a todo esto le añadimos el hecho de que la mejor película (Paranoid Park) sea un título del 2007, y de que entre las veinte primeras aparezcan dos de ¡1988! y una tercera de 2003, resultaría fácil llegar a la conclusión (¿engañosa?) de que el cine actual se encuentra estancado, sin savia joven de recambio y sin capaciddad para ofrecer nuevos horizontes…

Pero, ¿de verdad nos podemos conformar con esta primera impresión…? Recapacitemos un poco. Por una parte, sabemos ya de sobra que en el cine contemporáneo pasan muchísimas más cosas que las que se asoman a las pantallas comerciales españolas (véase la lista de los “invisibles”, para empezar). Las podemos encontrar en los festivales más vivos y más audaces (ahí están Gijón, la Viennale austriaca, los Rencontres parisinos y la madrileña Semana de Cine Experimental, sin ir más lejos, en este mismo número de Cahiers-España), en muchas de las programaciones de los museos, de las filmotecas y de los centros culturales de todo el mundo, en Internet (por supuesto), en el circuito de los DVD e incluso en el campo del cortometraje, como señala –y esto lo tenemos bastante cerca– la más que esperanzadora cosecha que ha brindado este año la produción española de corta duración.

Y ocurren también cosas estimulantes en algunos ámbitos que de manera convencional tendemos a considerar periféricos, pero en los que siguen trabajando –frecuentemente en humilde silencio– muchos creadores que no han renunciado a nada y que siguen empeñados en explorar territorios aún no colonizados. Ahí tenemos a Werner Herzog, por ejemplo, como paradigma del cineasta en reinvención permanente, del autor capaz de permanecer fiel a sí mismo siendo diferente a cada nueva película que hace, de un realizador –ajeno por completo a todo sentimiento derrotista o nostálgico– que nunca deja de buscar nuevas energías para conectar con las corrientes más palpitantes del presente. Ese es el Herzog hacia el que volvemos aquí nuestra mirada (ahora que por múltiples vías se hace de nuevo presente entre nosotros) y que nos interroga, una vez más, sobre nuestro propio lugar en el mundo.