El nuevo trabajo del duo conformado por Kornél Mundruczó y Kata Wéber, directores de Fragmentos de una mujer, parte de un dispositivo construido a partir de una férrea decisión de puesta en escena (formato 1:33:1, plano secuencia inmersivo) que sirve para desarrollar un discurso, (construido a partir de tres fragmentos y tres generaciones de una misma familia, desde el final de la 2º Guerra Mundial al Berlín actual) acerca del trauma y el horror inenarrable de lo acontecido en los campos de concentración de Auschwitz, cuyas consecuencias siguen marcando el presente de una Europa amenazada por el auge de los totalitarismos, reforzado formalmente por unas decisiones de puesta en escena que crean ondas concéntricas y ecos que reverberan a lo largo del tiempo y el metraje.

Así, la cinta nos introduce en un primer fragmento que definirá la totalidad de lo narrado a posteriori. Un primer fragmento incómodo, acompañado de un score de cuerdas pendereckiano que sumado a un plano secuencia de longitud infinita e insoportable, brusco y asfixiante. Un primer segmento que traslada al espectador de los escenarios bañados en ocre, óxido, mugre y descomposición fruto del horror, a los entornos contemporáneos donde a primera vista, el horror y la podredumbre han desaparecido, pero cuyo poso late constantemente en el tiempo actual y en una Europa que pretende dejar fuera de campo lo acontecido hace menos de un siglo y que si no se mira de frente (como en su primer segmento) acabará provocando que la historia se repita indefectiblemente.