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“Todos me advirtieron que no sabía dónde me estaba metiendo”, dice la voz de Herra en los primeros compases de My Sunny Maad, adaptación de la novela Frišta, de Petra Procházková a cargo de la veterana cineasta de animación Michaela Pavlátová. La protagonista, una joven checa, se ha enamorado de Nazir, un hombre afgano compañero de la universidad, aunque ello suponga, como enseña la directora mediante una ágil animación de imágenes encadenadas, desaparecer debajo de un burka. No obstante, y antes que una exploración de las tensiones sociopolíticas en el Afganistán post-talibán, a Pavlátová parece interesarle más ahondar en la estructura de la familia en ese país y en los vínculos de afecto generados en su seno. En sintonía con el personaje de Herra, a la cineasta también le sorprende la calidez con que se despliegan esos lazos de consanguineidad y, por ello, le interesa poner de relieve esa visión de la familia, desdibujada, dice, en las sociedades urbanas de Occidente.

My Sunny Maad es, así pues, la odisea de una mujer occidental cuando, poco a poco, la familia que ha logrado tener, la gran añoranza de su vida, como confiesa, va desquebrajándose a causa de los aspectos más agrios y terribles de Afganistán, sea el fanatismo religioso o la ausencia de derechos de las mujeres, sometidas al control de los hombres de la familia. La película es asimismo la historia de dos marginados, ella y el pequeño Maad un niño de físico desfigurado y una sensibilidad única a quien adopta, al principio a su pesar. Ambos, extraños en una tierra que los acoge, nos llevan de la mano por el interior de los hogares afganos para descubrirnos su cotidianeidad más allá de choques culturales y estereotipos. Por momentos lo consigue, aunque la gran variedad de temas a los que la cinta se aproxima acaba por restarle profundidad a los personajes, víctimas de un contexto difícil de comprender desde la perspectiva de un europeo.

Sea como fuere, tiene sentido que Pavlátová rehúya de sobrecargar el dibujo de su película, porque su sobriedad se entiende como un rechazo a cualquier visión orientalista del país, aunque ello también vaya en detrimento de la película. La austeridad roza lo plano en no pocos pasajes. Hay, no obstante, dos o tres momentos en My Sunny Maad en los que la animación se desborda, reflejo de las emociones de los personajes: el enamoramiento a primera vista de Herra y Nazir o la ‘liberación’ de la pequeña Roshangol cuando pisa el colegio y se quita el burka ante sus nuevas compañeras, una fantasía de mujeres patinando con la melena al viento que nos invita a pensar en todo lo que ha podido ser esta película y, por un motivo u otro, no ha llegado a ser.

Paula Arantzazu Ruiz