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La incomprensible inclusión de esta pequeña película en el escaparate principal de Cannes solo puede explicarse en un función de su ‘tema’. Los ‘temas’, una vez más. En medio de una pequeña comunidad rural del Delta de Danubio, un joven sufre una violenta agresión homófoba y se encuentra atrapado entre el oscurantismo arcaico de las creencias religiosas y las servidumbres y corruptelas de la policía local en connivencia con el cacique más poderoso de la localidad. El universo rural perpetuador de atavismos machistas incluso en el seno de la propia familia (los padres someten a su hijo a un violento exorcismo religioso para ‘curarlo’) y los valores patriarcales que infectan todo el entorno son las principales dianas hacia las que apunta un guion muy explícito y sin apenas recámara o complejidad alguna, de la misma manera que la puesta en escena de Emanuel Parvu (actor en alguna película de Cristian Mungiu, dirige con este su tercer largometraje) se desvela tan funcional y transparente como impersonal y plana. La Rumania profunda, anclada en los viejos códigos de la sociedad agraria y religiosa se merecía una película de mayor empaque.

Carlos F. Heredero

En un momento de la película Adi, un chico de diecisiete años, es maniatado a una cama y el cura del pueblo lo convierte en víctima de un acto de exorcismo. La escena situada en el epicentro de Tres kilómetros hasta el fin del mundo puede definir una cierta tendencia del cine rumano centrado en mostrar al mundo el lado más oscuro de su propia sociedad. El chico es exorcizado porque según un testimonio fue visto besando a otro compañero y es sospecho de ser homosexual, pero ese mismo chico fue agredido por otra panda de jóvenes entre los que estaba el hijo del cacique del lugar. La policía que investiga el caso intenta buscar coartadas para que todo quede en la nada, mientras que la asistenta social recibe órdenes de llegar demasiado al fondo de la cuestión. La receta se aclara inmediatamente. La película de Emanuel Parvu habla de la homofobia, de la intolerancia sexual, del peso ancestral de los poderes religiosos, el caciquismo y la corrupción en el seno de las instancias funcionariales del estado. En el pequeño pueblo del Delta del Danubio, arquetipo de la Rumanía profunda, hay un antiguo régimen que nunca se ha marchado, ni se marchará. El policía recuerda que los canales fueron una aportación de la dictadura de Ceaucescu y el padre es capaz de ceder lo que haga falta para no tener que pagar una deuda que mantiene con el caique del lugar. Emanuel Parvu utiliza la estructura de película de investigación para llevar a cabo un retrato que se sustenta a partir del uso excesivo de diálogos y de una serie de idas y venidas que conducen al espectador a ese punto final que siempre ha imaginado. La regla del juego de la Rumanía profunda no es otra que la de intentar vislumbrar que se hace algo para que al final no se haga nada.

Àngel Quintana