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De regreso a sus personalísimas autoficciones (Caro Diario, Abril), Moretti vuelve a retratarse aquí como un cineasta paranoico y cinéfilo (Giovanni), una figura que ya conocemos por sus anteriores entregas, pero que esta vez sueña con hacer algún día una película de amor con canciones italianas mientras se empeña en rodar un film de época sobre la llegada de un circo húngaro a un barrio de Roma, convocado por la sección local del Partido Comunista Italiano (PCI) en las mismas fechas en las que entran en Hungría los tanques de Stalin para aplastar de manera sangrienta la insurrección popular contra la dictadura comunista prosoviética de su país. El artefacto narrativo construido por Moretti entra y sale intermitentemente de la realidad en la que vive Giovanni (no se da cuenta de que su mujer está a punto de separarse de él, no comprende la utilización de la violencia en el cine actual, no percibe que entre dos actores de su película se abre una corriente de seducción amorosa, etc.) y de la película que está rodando, sobre cuya filmación gravita la tragedia política de Hungría y, sobre todo, el posicionamiento de los comunistas italianos respecto a la Unión Soviética en aquel momento histórico decisivo.

Decía su personaje en Caro Diario que soñaba con hacer algún día una película musical sobre un pastelero trotskista, y Moretti se encarga de hacer realidad ese deseo en un fragmento de la posterior Abril. De igual forma, el cineasta acaba por hacer realidad el deseo de Giovanni en Il sol dell’avvenire y termina por hacer de esta, efectivamente, una película de amor con canciones italianas que se cierra con el más improbable, dichoso, feliz, elegíaco y festivo de todos los desfiles posibles, donde los elefantes del circo caminan junto a un cartel de Trotski bajo el que desfila el mismísimo ¡Palmiro Togliatti! junto al resto de los protagonistas del film y, ¡atención!, también junto a muchos de los actores que han protagonizado las películas anteriores de Moretti. Un desfile que se carga de una pulsión testamentaria, pero que lo hace sin engolar la voz, sin ponerse trascendente y sin nostalgia agónica de ningún tipo, lo que termina por convertirlo en una luminosa reconciliación con la belleza del presente, a pesar de todos los pesares.

La propuesta de Moretti podría haber dado lugar a una de sus obras más importantes si no fuera porque algunas piezas de su puzle ‘entran’ con dificultad en el diapasón del conjunto (las sesiones de la esposa del cineasta con el psiquiatra, las conversaciones entre los esposos sobre su crisis matrimonial, la ocurrencia facilona del romance de la hija del protagonista, no diremos aquí con quién…), sucesivas disonancias que no terminan de encajar armónicamente en el registro del resto de las acciones (dentro y fuera de la película que se rueda). Da la impresión de que Moretti amontona ideas y las inserta como buenamente se le va ocurriendo a lo largo del metraje sin conseguir que la totalidad pueda integrarlas de manera orgánica. Con todo, su muy empática reflexión sobre el lugar que hoy puede ocupar un cineasta que cumple ahora setenta años en el cine del presente es un muy disfrutable ejercicio de autoanálisis, que salta con desprejuiciada libertad de un registro a otro y que discurre salpicado de críticas y divertidas invectivas contra Netflix, contra los manuales de guion y contra la desmemoria histórica de la sociedad italiana actual, formuladas siempre sin acritud y sin rabia. Carlos F. Heredero


En las últimas páginas de sus Diarios Cesare Pavese escribe: “Esto da demasiado asco. / Palabras no, un gesto. No escribiré más.” Un día después se suicidó e Italo Calvino dijo que Pavese se había quitado la vida para ayudar a vivir a los demás. Nanni Moretti cita en su última película la reflexión de Calvino, mientras diseña un hipotético final trágico. Como en el final de Ocho y medio de Fellini, en la Italia actual el camino hacia el pesimismo también existe, como en los años sesenta y la identidad se resquebraja ante el presente. Fellini cambió el hipotético final de Ocho y medio y buscó en los clowns, el circo y el desfile algo que abriera un camino hacia el sol del futuro. Nanni Moretti también cree en el circo, en el desfile y en el futuro.

Pero vayamos por partes. Il sol dell’avvenire nos recuerda que había una vez un país llamado Italia en el que cerca de dos millones de personas estaban afiliadas al Partido Comunista. Hoy, los jóvenes lo han olvidado y algunos creen que eso de los comunistas solo era cosa de la antigua Unión Soviética. Giovanni, un cineasta que hace una película cada cinco años y que en el sofá de su casa disfruta viendo Lola de Jacques Demy con su hija, quiere hacer una película sobre los años del comunismo. En aquel tiempo Italia creía y era prisionera de las ideologías. Palmiro Togliatti, secretario del partido comunista, era incapaz de criticar el estalinismo y los militantes del PCI callaban. Su silencio escondía una frustración, ya que la ideología era un dogma, aunque el deseo de libertad y lucha colectiva estaba en el corazón del pueblo. En esos años el cine existía. Mientras Giovanni rueda su película, su esposa produce una película violenta de un nuevo joven director en la que hay mucha sangre. Atrapado en su mundo creativo, Giovanni se convierte en un auténtico moscardón que observa su entorno desde su autarquía y pretende establecer su dogma socrático, criticando a los numerosos sofistas del presente y cuestionando por qué se han perdido algunos valores esenciales. Il sol dell’avvenire es una película política, quizás la mejor de todas las películas posibles sobre el presente, pero también es una obra de despedida sin tristeza que deja atrás un mundo –el propio cine de Nanni Moretti– pero en vez de mirar al pasado busca el sol del futuro, algo que se proyecta hacia una utopía en medio de un tiempo de distopía. Una película de alguien que no quiere rendirse.

Moretti podría haber construido una película nostálgica sobre aquello que se acaba, pero rehúye admirablemente toda nostalgia y toda mirada críptica. A lo largo de la película deja atrás muchas cosas. El cine ha dejado de ser lo que había sido y ha pasado a ser otra cosa. Las plataformas emiten películas para 190 países y solo pactan con los realizadores capaces de escribir guiones prefabricados para crear falsas emociones. Los nuevos realizadores contemporáneos ruedan escenas de violencia sin preguntarse qué implica el sufrimiento y qué implica enfrentarse al dolor de los otros. Y la desmemoria llena un vacío en el que la cultura ha ido sucumbiendo, como la política, los ideales y el amor. La gente solo es capaz de reprocharse las cosas y las palabras de esperanza han desaparecido del mapa. En la Italia del presente ya no está el partido comunista, su gobierno está controlado por un partido neofascista. Ante este panorama parece que solo queda el lamento, la flagelación, el miedo, el nihilismo o la impotencia. Moretti rehúye todas estas soluciones y construye Il sol dell’avvenire como una película sobre la necesidad de creer siempre en la utopía, sobre la importancia de la solidaridad y sobre el retorno a la moral ante el vacío estético. Moretti desfila y baila. Fabrizio di André canta la bellísima Canzone dellamore perduto, Aretha Franklin es evocada a partir de Fever y el pasado está presente en Luigi Tenco y su Lontano, lontano.  La música cura todas las penas e implica un gesto de resistencia.  También regresa Franco Battiato, omnipresente en la filmografía de Moretti, con Voglio vederti danzare. El baile nos permite reencontrar la felicidad perdida, mientras se abren nuevas vías para repensarlo todo. Moretti acaba como Fellini, desfilando, y nos dice que solos no iremos a ninguna parte, que es preciso tener principios propios y que juntos podemos vislumbrar la esperanza. Como decía Jaume Sisa, Qualsevol nit pot sortir el solBenvinguts, passeu passeu… Moretti nos ayuda a reconciliarnos con este gastado y decepcionante mundo que nos ha tocado vivir. A restistir…. Àngel Quintana