Jerzy Skolimowski, uno de los bastiones de la modernidad cinematográfica de la vieja Europa del Este, llevaba siete años sin rodar cuando recordó uno de los sueños de su infancia. Cuenta que leyendo un viejo ejemplar de Cahiers du Cinéma pensó en Al azar Baltasar, de Robert Bresson, y se preguntó cómo podía transformar el viejo cuento moral en una fábula sobre el propio presente. La mirada del asno de Bresson se transformaría en la mirada del asno Eo que, desde un circo hasta la residencia de una exótica condesa, atravesaría las contradicciones de un mundo marcado por la maldad, de una Europa situada al borde del apocalipsis. Si para Bresson la mirada del asno Baltasar era de perplejidad ante la existencia del pecado -y del mal-, el asno de Skolimowski es una bestia que atraviesa el apocalipsis. Es curioso observar cómo la estructura de la película describe un desplazamiento, en vez de centrarse en un mundo cerrado el asno lo atraviesa todo.
Quizás el precedente más inmediato no sea Baltasar, sino el mono que se alzaba como protagonista en el episodio final de India: Matri Buhmi de Roberto Rossellini. El cineasta italiano abandonaba a los humanos para observar cómo una mosca pasaba del circo hasta el desierto, cambiando de propietarios hasta sentirse absolutamente sola. Rossellini buscaba la armonía perdida del mundo después de la guerra y encontró en la India los indicios de un principio. Skolimowski observa todo bajo la desesperación. Eo es una película con mucho ruido, en el que se filma la violencia de la ultraderecha, el maltrato animal, la ausencia absoluta de toda humanidad. Jerzy Skolimowski ha contado que mientras el trabajo con los actores que han poblado su cine -Robert Duval, Jeremy Irons, etc.- se basa en un trabajo intelectual, la experiencia de Eo ha cambiado su forma de trabajar, ya que la única arma que tenía para dirigir los seis asnos que interpretan el personaje de Eo, es la ternura. El resultado final es absolutamente hipnótico.
Àngel Quintana
Han pasado siete años desde su película anterior (11 minutos, 2015) y cincuenta y cinco desde que, con La barrera (1966) y La partida (1967), se convirtiera en la punta de lanza del ‘Nuevo Cine Polaco’, uno de los movimientos que dieron forma a la primavera cinematográfica de la modernidad en la Europa del Este todavía dominada entonces por la Unión Soviética del estalinismo. En los años ochenta volvió a sorprendernos con Trabajo clandestino (1982) y El buque-faro (1985). Se llama Jerzy Skolimowski, tiene ya 84 años (¡¡ochenta y cuatro!!) y ha entregado la obra más juvenil, juguetona, experimental, atrevida y heterodoxa entre todo lo que se ha podido ver en el festival hasta este momento. Su protagonista es un asno, sí, un burro como el de Robert Bresson (Al azar Baltasar, 1966), enfrentado como aquel a todo el dolor y el daño que la maldad provoca en el mundo, pero este –que atiende por EO– situado dentro de una fábula que se dispersa por múltiples caminos y que se abre a una incontrolable diversidad de texturas y de registros.
Tan pronto estamos en el territorio del realismo poético, como nos adentramos por fronteras concomitantes con el David Lynch de Twin Peaks 3; unas veces creemos estar el campo del realismo social, otras en el de la sátira política y las siguientes en el de la parodia grotesca; unas secuencias nos hablan de la subjetividad y hasta de los recuerdos del asno, y otras de la barbarie de la ultraderecha, del maltrato animal, de la inmigración ilegal y de las diferencias de clase. La película es un tobogán felizmente imprevisible a despecho de que no todos sus fragmentos resulten igual de hipnóticos o de misteriosos, y a pesar también de que Skolimowski ceda, ¡ay¡, a la brocha gorda de una puesta en escena tan plana como zafia en la secuencia de Isabelle Huppert (nunca estuvo tan mal y tan fuera de sitio esta inmensa actriz).
Salvados todos estos escollos, la historia del burrito EO es un obra llena de ruido y de energía, de furia ecléctica y de pinceladas rabiosas. La obra de un creador en estado de ansiedad, dispuesto a ajustar cuentas con el estado actual del mundo a contracorriente de todo y de todos. Solo por ello merece la pena asomarse sin prejuicios a un film completamente fuera de norma y de expectativas, tan desigual y caprichoso como estimulante y original. El Marco Bellocchio de Esterno notte y el Jerzy Skolimowski que se descuelga con esta historia de un asno que llora cuando le separan de su dueña en el circo y que luego atraviesa todas las geografías y penalidades imaginables y por imaginar, rescatan para los tiempos actuales el fuego interno de la modernidad cinematográfica de los años sesenta del siglo pasado, que al parecer se resiste a dejarse apagar.
Carlos F. Heredero