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Esta película es un documental, o así lo parece. ¿Y qué debería implicar eso? Pues un compromiso, una actitud frente a la realidad que se filma que no tiene por qué responder a la lógica de la verosimilitud, sino más bien, como siempre, a la de la puesta en escena. Y más tratándose de un ambiente judicial, allá donde la representación debe ser montada y desmontada, construida y deconstruida una y otra vez. En Courtroom 3H, se trata de observar y filmar algunos juicios celebrados durante 2019 en el Tribunal de Familia Unificado de Tallahasee, en Estados Unidos, y, como sugiere la cita inicial de James Baldwin, dar voz a los desposeídos para cuestionar el sistema que los ha creado. Sin embargo, poco de eso queda en la película de Antonio Méndez Esparza, más allá de la buena voluntad inicial.

Tanto cuando el film se estructura en fragmentos como cuando recurre a un seguimiento más minucioso de esos juicios, se tiene la impresión de que la cámara pocas veces ha sabido situarse en el lugar adecuado. Esos padres, esas madres, siempre de clase baja o directamente lumpen, que reclaman la custodia de sus hijos en un contexto hostil, se enfrentan a un mecanismo gigantesco que nunca es mostrado en lo que tiene de apabullante y monstruoso. Y en este sentido, puede que la película haya querido ser imparcial, lo cual es absolutamente respetable e incluso loable, pero ni siquiera así este crítico es capaz de explicarse por qué la figura más atractiva de la función es un juez bonachón, de insobornable vocación didáctica, que se impone por encima de todos los demás simplemente porque se le dedican más planos o se le cedió en mayor medida la palabra durante el montaje. Algo falla, y es una lástima, en esta amabilísima incursión del cine español en la América de Trump.