Rohmer. Todavía hoy Éric Rohmer. Cien años después de su nacimiento. Una década desde que nos dejó. Sesenta años tras el hallazgo de Le Signe du lion (1959). Medio siglo desde la fulgurante y adulta irrupción de Ma nuit chez Maud (1969). Eran los tiempos de la modernidad. Los que siguieron al terremoto de À bout de souffle (Godard, 1959). Los años en los que el cine se deshacía de las ataduras del clasicismo, repensaba su lenguaje, conquistaba nuevas libertades…
A lo largo de todo este 2020 –el año que ninguno vamos a poder olvidar– se vienen sucediendo en muchos países los ciclos, los homenaje, los recuerdos. En España acaba de aparecer una edición esencial en Blu-ray de sus ‘Cuentos de las cuatro estaciones’. Y en septiembre la Filmoteca de Cataluña le dedica un amplia retrospectiva que rescata quince de sus decisivos trabajos para televisión –siempre difíciles de ver– y los pone a dialogar con varios de sus largometrajes, en lo que constituye un modelo ejemplar de programación y comisariado, capaz de proponer una ‘lectura’ novedosa y fructífera de la obra ya conocida de un cineasta.
La filmografía de Rohmer emerge así de nuevo –aunque en realidad nunca estuvo sumergida– como emblema de una modernidad que hoy parece más resistente que nunca. No porque persistan en el cine contemporáneo sus códigos, sus maneras o sus tropos más reconocibles, sino porque muchos de los cineastas más personales y estimulantes del presente han heredado aquel impulso de ‘resistencia’ y de desafío frente a las convenciones de la narrativa causal y psicologista, frente al diktat de la transparencia, frente al cáncer de la dramaturgia explicativa, frente a la dócil sumisión a los imperativos conservadores de las expectativas tradicionales.
Nuestro Gran Angular del mes lo ocupa, por derecho propio, Angela Schanelec (Estaba en casa, pero…), cuya radicalidad en el desafío y en la ‘resistencia’ la emparenta –desde esta perspectiva– con una amplia nómina de creadores que, cada uno a su manera, desde latitudes muy distintas y con influencias y propuestas muy diferentes, recogen hoy en día la herencia más visible de aquella modernidad. Cineastas como Hou Hsiao-sien, Hong Sangsoo, Aki Kaurismäki, Bruno Dumont, David Lynch, Kelly Reichardt, Lucrecia Martel, Joanna Hogg, Pedro Costa, Luc y Jean-Pierre Dardenne, Lav Diaz, Mariano Llinás, Wang Bing, Hu Bo, Tsai Ming-liang, Jia Zhang-ke, Bi Gan, Isaki Lacuesta, Nanni Moretti, Jean-Gabriel Périot, Paul Thomas Anderson, Todd Haynes, Béla Tarr, Sharunas Bartas, Rita Azevedo Gomes, Claire Denis, Carla Simon, Alice Rohrwacher, Christian Petzold y muchos otros más… ‘resisten’ impertérritos –sin más fidelidad que a sí mismos y a su propia autoexigencia– los cantos de sirena de la galopante estandarización de las narrativas televisivas de toda laya.
A despecho de la contaminación estandarizadora, de la letal autocomplacencia en ficciones consoladoras, de poses engañosamente modernistas y de oquedades pretenciosas disfrazadas de pueril atrevimiento, lo más vivo y desconcertante –felizmente desconcertante y desestabilizador– del cine actual resiste frente a la presión del entorno, del marketing y de los consensos mayoritarios. Y lo hace ahora igual que lo hicieron en su día –hace ya más de medio siglo– los creadores de la modernidad. Como lo hizo Maurice Schérer. El ‘Gran Momo’. Éric Rohmer.
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