Una de las certezas más aceptadas dentro de la psicoterapia apunta que los apegos ambivalentes son los más resistentes. Tampoco caben muchas dudas de que el entorno familiar es uno de los contextos donde más se proyecta esta aritmética emocional. Kristina Grozeva y Petar Valchanov consiguen plasmar en la primera escena de The Father toda la ambigüedad y complejidad que subyacen al axioma anteriormente expuesto. La primera imagen captura varios cuerpos desenfocados, mientras se escuchan unas oraciones de una liturgia ortodoxa durante un funeral. Desde el fondo, Pavel se va aproximando hacia el primer plano donde se encuentra con Vasil, su padre. Mientras su movimiento provoca que las figuras vayan enfocándose a medida que él va atravesando el encuadre (eso es la película: un viaje para encontrar racionalidad dentro del disparate), el desconcierto estimula al espectador.
¿Quién es ese extraño personaje que llega tarde al entierro?, ¿por qué parece un invitado el protagonista de la película? Esta ambigüedad en torno a la imagen ha estado presente en las dos anteriores películas de Grozeva y Valchanov. Si en La lección (2014) era una profesora la que descubría sus propias contradicciones morales, y en Un minuto de gloria (2016) se desnudaba la hipocresía política, en The Father el choque generacional entre Pavel y Vasil remite a las herencias que la sociedad búlgara ha ido asimilando, no siempre de manera armónica. Las primeras interacciones entre los dos personajes masculinos muestran la distancia entre ellos y la incomunicación, ambas carencias neutralizadas por la figura femenina (madre/esposa) ahora ausente. En un guion de apariencia sencilla, pero de gran solidez, los símbolos son trasladados a la pantalla con plena funcionalidad. A través de un teléfono móvil que porta mensajes del más allá, lo que se inicia como una versión paternofilial de la fraternal Personal Shopper (Olivier Assayas, 2016) concluye recordando a Nebraska (Alexander Payne, 2013) en el este de Europa.
Se percibe un gran control en las transiciones entre tonos dentro de una misma escena. Sirvan como ejemplo dos situaciones: el padre sacando fotos compulsivamente al cuerpo de su mujer en el inicio, o la hilarante y gráfica secuencia de Pavel subiendo a un carro que ha robado Vasil, mientras escapan hacia un destino incierto. Otro de los hallazgos de la cinta es la radiografía de la Bulgaria actual con el bisturí de lo anecdótico: la escena de la comisaría remite a la perezosa burocracia, las sectas que proliferan hablan de un país que abraza lo paranormal, el teléfono móvil convertido en vehículo de la mentira (tema recurrente en su filmografía), o un programa de televisión que hace emerger los fantasmas (comunistas) del pasado. En esas dos generaciones condenadas a entenderse, aceptarse y sobre todo a escucharse, la dupla de directores compone su obra más conciliadora y luminosa. En la modélica escena final, en la que todas las piezas anteriormente diseminadas encajan, The Father resuelve la valía de su vínculo, no tanto el de sus protagonistas, si no el que el espectador paladea (aquí con sabor a mermelada) con unos realizadores cuyo cine siempre cae de pie.