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Dentro de un centro cultural situado en Sidi Moumen (un barrio marginal de Casablanca), en cuya creación participó el propio Nabil Ayouch (impulsor también de otros tantos centros de Tánger, Agadir y Fez), un joven profesor de rap intenta encauzar –a través de esta música— las necesidades de expresión personal de un grupo de chicos y chicas frente a la resistencia de las costumbres y códigos tradicionales tan arraigados en la sociedad y en la religión musulmana del país. La propuesta mezcla elementos de ficción y componentes documentales (varios de los chavales son alumnos reales del centro) tratando de encontrar una síntesis que no siempre consigue llegar a cuajar en una estructura coherente. El profesor trata de ayudar a los estudiantes en sus trabajos de escritura y de expresión oral, en el desbloqueo de sus contradicciones y en la exploración de sus propios límites, incentivando su creatividad y sus deseos de autenticidad. Esa es la dialéctica que le interesa al cineasta, pero el desarrollo dramático y narrativo del conflicto no supera nunca una cierta elementalidad didáctica demasiado evidente y, acaso, un tanto simplista. Da la impresión, por otra parte, de que varias elipsis encontradas a lo largo del metraje hacen sospechar que se ha prescindido de bastante metraje intermedio que, quizás, hubiera sido necesario para asentar y desarrollar con mayor entidad el discurso crítico del film. El resultado final es una película apreciable y bienintencionada, pero no mucho más.

Carlos F. Heredero

Estamos en Casablanca, en un barrio pobre, donde se ha creado una escuela de arte especializada en rap. El profesor de la escuela explica a los alumnos que el hip hop es un género musical surgido de la cultura afroamericana, cuya capacidad se encuentra en su voluntad de protesta política. Cuando la persona toma el micrófono es escuchada y puede realizar una crítica radical contra las condiciones de vida en las que ha vivido. Los estudiantes discuten cuales pueden ser los límites sociales del rap y hasta que punto existe la libertad de poderlo decir todo. El arranque de Haut et fort es prometedor y parece querer transformar, a partir de la música, algunos de los clichés de cierto cine árabe contemporáneo. A partir de una estructura que puede recordar remotamente La clase de Laurent Cantet, las promesas iniciales sobre la radicalidad de la propuesta se disipan cuando vamos viendo las vidas de los diferentes personajes y se establece una especie de catálogo acerca de los problemas esenciales de la sociedad árabe. Nabil Ayouch filma con cierta potencia visual, los momentos musicales son excelentes, pero el tono queda muy difuminado, provocando que la película no acabe de dar todo lo que prometía.

Àngel Quintana