Enric Albero

ESTIU 1993 (Carla Simón)

En catalán, Frida (Laia Artigas) suena casi como ferida. Y herida por la muerte de su madre está la niña protagonista de esta delicada película que afronta y enfrenta el proceso de duelo durante la infancia. El traslado de Barcelona a una masía situada en plena naturaleza, la acogida por parte de sus tíos (David Verdaguer y Bruna Cusí) y la relación fraternal que establece con su pequeña prima Anna (una Paula Robles que querrán llevarse a casa) marcan el devenir de una Frida que trata de encontrarse (de nuevo otra película que utiliza con inteligencia la pérdida de foco) y que poco a poco va a aprendiendo a lidiar con el hecho traumático que desencadena la trama.
Para los nacidos en la década de los 80 resulta imposible no identificarse con todos los elementos ambientales -juguetes, dibujos animados, ropas- que amueblan esta historia que fluye con apabullante naturalidad y en la que todo resulta orgánico. En esta inequívoca reconstrucción autobiográfica, Carla Simón se sitúa al lado de Frida -atención a esos planos subjetivos que no lo son- como si se viera a sí misma años después, para no separarse de ella jamás, una decisión sobre el punto de vista que permite al espectador percibir el mundo como si lo viera desde sus 6 años. Estiu 1993 invita a tratar la muerte con naturalidad -las citas son continuas: un huevo de gallina roto, el sacrificio de un cordero, el conejo troceado por la carnicera, …- a verbalizar los problemas y a llorar la pérdida: no hay otra manera de convivir con la ausencia. Otra candidata a figurar en lo más alto del palmarés.

REDEMOINHO (José Luiz Villmarím)

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Un puente. Una lluvia intensa. Un travelling hacia delante. Con esta imagen que, con importantes variaciones, se convertirá en leitmotiv se abre la ópera prima de José Luiz Villmarím. El reencuentro entre Luzimar (Irandhir Santos) y Gildo (Júlio Andrade), dos amigos que llevaban décadas sin verse, pondrá en marcha la moviola del recuerdo hasta conectar con esa enigmática secuencia de apertura. El director brasileño, curtido en el mundo de las telenovelas de Globo TV, demuestra ser un estratega de la planificación: cada encuadre incide en el encierro que viven sus personajes, siempre aplastados por una pared que ocupa media pantalla, aprisionados entre marcos de puertas y ventanas o convertidos en presidarios tras los barrotes de una verja. Nadie escapa a su destino, ni siquiera los que como Gildo se marcharon a Sao Paulo en busca de un futuro mejor. El pasado -ese momento inicial que poco a poco irá completándose- siempre vuelve. Redemoinho, a pesar de su moroso arranque, está construida como un crescendo dramático que a medida que se empapa en alcohol va llenándose de reproches. El realizador carioca cierra su obra con un punto de esperanza, pero no renuncia al poso amargo que conlleva no esa realidad claustrofóbica que envuelve la pequeña ciudad del interior de Brasil en la que se desarrolla la historia. Secuencias como la de la violación -SÍ, otra más- o la que desvela el misterio que sobrevuela toda la película señalan a Villmarím como un cineasta del que hay que esperar cosas importantes.

GILDA, NO ME ARREPIENTO DE ESTE AMOR (Lorena Muñoz) – Fuera de concurso

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El primer largometraje de ficción de Lorena Muñoz es toda una reivindicación de la música popular desde el cine popular. Que este biopic sobre la cantante de cumbia Gilda (Natalia Oreiro), nombre artístico de Myriam Alejandra Bianchi, se ajuste a las convenciones de un género no lo invalida como filme. Sobre todo, porque el respeto al formato no está reñido con una mirada personal sobre la artista ni con una competencia técnica por momentos deslumbrante. Muñoz reconstruye el mito sin centrarse solo en su parte legendaria: por más que la reina de la música tropical este retratada desde el cariño, hay lugar para la oscuridad y la amargura. Otros aspectos colaterales, como la visibilización de la vertiente mafiosa del negocio musical o las dificultades de una mujer (de las mujeres) para ejercer su voluntad sin tener que rendir cuentas a nadie en una sociedad misógina, van calando mientras la historia avanza. Todo ello está salpicado de notables hallazgos visuales como el plano de arranque (¿acaso no hablamos de Santa Gilda?), el plano-secuencia de la borrachera de fin de año o ese flashback al son del God only knows de los Beach Boys, gestos que demuestran que dentro de una plantilla cinematográfica tan delimitada hay espacio para la inventiva.
Por cierto, en un mundo en el que existe una iglesia dedicada a Maradona y una cantante como Gilda ha sido paganamente beatificada, sería de justicia, siguiendo esta progresión hiperbólica, canonizar a Natalia Oreiro. Menudo recital.