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Pudiera parecer que el prologo de Sueños y pan es material sobrante, que no hace ninguna falta. Luis ‘Soto’ Muñoz arranca su evocadora reinterpretación en blanco y negro del cine quinqui con un texto. El plano inicial es una imagen estática, un escrito con letra infantil que, además, es leído por la voz despreocupada de un niño. La misma advierte que la película que vamos a ver fue rodada entre 2020 y 2021 por un grupo de amigos, en sus ratos libres, mientras se dedicaban a otras cosas. A medida que avanza el metraje, cada minuto confirma tanto la coherencia como la expresiva mirada hacia la escasez de recursos y oportunidades de unos jóvenes de extrarradio madrileño. Que prácticamente todo lo que suceda en pantalla sean elecciones afortunadas y que nunca se diluya ese tono juguetón de debut inocente (ni siquiera cuando la cosa se pone más seria) hace que resuene más fuerte aún la pregunta inicial: ¿por qué Luis ‘Soto’ Muñoz opta por ese arranque en forma de aviso a navegantes? Hay cinefilia en vena. Ecos a Buñuel, Saura y gusto por retomar algo del espíritu de aquellos nuevos cines europeos que nos hicieron disfrutar y sangrar ríos de tinta. Nada de esto justifica el principio del film. La respuesta viene por otra vía.

Sueños y pan habla de Javi y Dani: dos chicos de veinte años que roban un cuadro para venderlo. Además de abordar todo el trasfondo social, y la relación de ambos con su amiga treintañera y su hijo pequeño, lo más interesante de la película es que el argumento, la trama y sobre todo la puesta en escena componen una reflexión muy completa sobre lo absurdo del elitismo del arte. Los dos amigos no tienen ni idea de qué es exactamente lo que han robado. Pasean por todo Madrid para descubrirlo y hasta indagan en una galería de arte de uno de esos barrios pudientes que los ayuntamientos saben cuidar mucho mejor. Sueños y pan se va revelando así, sin moralismos ni egos, como ese arte que cuestiona al arte y a nuestra manera de mirarlo ¿Puede una película hecha por un grupo de amigos en sus ratos libres ser arte? Es en este ejercicio metacinematográfico, en este cuestionamiento, en el que la cinta se potencia a sí misma dando sentido entonces a su inicio.

Primer largometraje producido por Mubox (productores del corto, también de inspiración fotográfica en blanco y negro, Olores de Alba Esquinas), Sueños y pan se llevó el reconocimiento de mejor película nacional en el Atlàntida Mallorca Film Fest 2023. Ahora su inclusión resulta un acierto de la sección Panorama Andaluz del Festival de Sevilla.  Y es que en Sueños y pan hay tensión dentro del plano, hay otro encuadre dentro de cada encuadre, hay discurso existencialista sobre la falta de rumbo y hay barrio (La Elipa, San Blas, Vallecas, Entrevías, Tetuán…). La obra de Luis ‘Soto’ Muñoz, que es irregular e imperfecta y carece de unidad en algunos de sus bloques, acierta cuando hace cosas como presentar a sus dos personajes tumbados sin camiseta con lo que parece el rumor del mar de fondo. Realmente Javi y Dani están en la azotea de un almacén abandonado, con los pies colgando y mirando a las nubes. No hay océano, pero hay hoguera de San Juan de descampado y respuesta a qué era aquel enigmático cuadro que habían robado. Poco después un niño que monta en bicicleta tendrá que dejar a todos esos personajes atrás para intentar salir adelante.

Raquel Loredo