Enric Albero

BRAVA (Roser Aguilar)

Brava es, digámoslo cuanto antes, una película arisca. Su protagonista, Janine (Laia Marull) es una empleada de banco hecha a sí misma, que ha logrado aspirar a un puesto en una oficina de próxima apertura en Shenzhen a base de tesón, esfuerzo y sacrificios. Cuando una noche, de vuelta a casa, dos jóvenes la asalten y la violen, y después, mientras ella observa, hagan lo propio con una menor, su vida dará un vuelco. Al contrario que la Isabelle Huppert de Elle (Paul Verhoeven, 2016), la mujer descrita por Roser Aguilar y Alejandro Hernández no tiene control sobre lo que le sucede (de eso va el segundo largometraje de la directora catalana). Busca refugio en casa de su padre (Emilio Gutiérrez Caba), trata de recomponerse, de olvidar lo sucedido, pero lejos de acabar con sus fantasmas, se sigue enredando progresivamente mirando al abismo cada vez desde más cerca. Estamos ante un film difícil: su protagonista es refractaria a la empatía, contiene demasiadas situaciones absurdas (esa foto en el tractor o la explicación que da Pierre –Bruno Todeschini– sobre lo que le hizo a su hija) y su pátina visual recuerda demasiado a un TV movie, elementos que lastran una idea de partida inhabitual en los guiones que se escriben en este país.

LA MUJER DEL ANIMAL (Víctor Gaviria)

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Si Brava (Roser Aguilar, 2017) era una película hosca, La mujer del animal es directa y voluntariamente desagradable, como un trozo de carne cruda que empieza a estar en mal estado pero que hay que comerse: puede que siente mal, pero a lo mejor nos ayuda a sobrevivir. Amparo (Natalia Polo) es expulsada del convento en el que esta interna tras ponerse los hábitos de una monja. Tiene miedo de volver con sus padres, así que se refugia en casa de su hermana y de su cuñado. Una vez allí, el Animal (Tito Alexander Gómez), que se queda prendado de ella nada más verla, la raptará y la obligará a vivir con él en un suburbio montañoso que domina con puño de hierro. Gaviria filma con su pulso habitual 120 minutos de maltratos físicos y psicológicos en un entorno salvaje, en el que tanto un paisaje de orografías escarpadas infestado de pobreza como la mayoría de los personajes muestran una hostilidad y fiereza despiadadas (por momentos uno cree estar viendo Naturaleza salvaje). El Animal funciona como epítome del hombre, una bestia maltratadora, insaciable y tolerada por una comunidad siempre acongojada. El director de La vendedora de rosas (1998) renuncia al fuera de campo y es explícito hasta la náusea: reitera situaciones (palizas, violaciones) que no aportan nada desde un punto de vista dramático pero que consiguen soliviantar a la audiencia por su crudeza y por su repetición. Si el realizador colombiano insiste una y otra vez en mostrar esos actos es, justamente, porque se reproducen a diario (aunque habrá quien piense que se recrea en ese miserabilismo). Como el propio Gaviria dice, ante este panorama toca preguntarnos “¿Por qué no hacemos nada? ¿Por qué yo no hago nada?”.

EL CANDIDATO (Daniel Hendler)

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Martín Marchand (Diego de Paula) quiere ser la nueva cara de la política argentina. Con el objetivo de diseñar la imagen de marca de un nuevo partido, y la suya propia, reúne en su mansión campestre a un grupo de asesores y técnicos. A partir de esta situación de encierro, Daniel Hendler trata de desmontar y ridiculizar los comportamientos de los nuevos líderes y de las campañas que ayudan a elevarlos, pero el tono monocorde, gris como el candidato en construcción, que impide que una nota suene más alta que otra (y la melodia suena realmente baja) hace de esta película una comedia sin risas que, además, en su último tercio, adopta una pose de gravedad para decirnos algo que, al menos en este país (y entiendo que en Argentina también tendrán su equivalente) ya sabemos con solo ver a Albert Rivera.