Enric Albero

EL OTRO HERMANO (Israel Adrián Caetano)

En interior de El otro hermano conviven dos tendencias del cine argentino reciente. Por un lado, aquel que refleja la pervivencia de comportamientos delictivos surgidos al amparo de la dictadura, representados por filmes como El clan (Pablo Trapero, 2015). Por el otro, un relato de corte picaresco ambientado en una época de depauperación económica, rastreable en títulos como Nueve reinas (Fabián Bielinsky, 2000). El director de Crónica de una fuga (2006) fusiona esas dos líneas, ruralizando la propuesta de Trapero y prescindiendo del glamour táctico propio del cine de timadores que contiene el guion de Bielinsky, para firmar una película sórdida en la que el retorno de Certati (Daniel Hendler) a Lapachito para hacerse cargo de los cadáveres de su madre y de su hermano y la ayuda del exmilitar Duarte (inmenso Leonardo Sbaraglia) a la hora de cobrar el seguro de vida, revelarán que el único objetivo de todos y cada uno de los personajes que aparecen a lo largo del metraje consiste en acumular la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible.
Sin grandes alardes, Caetano demuestra su solvencia manteniéndose firme en su zona de confort (en Un oso rojo ya dio sobradas muestras de talento para manejarse en las lindes del thriller) en esta obra seca, truculenta y tocada de nihilismo que quizá pedía un final, aunque lógico, menos previsible (o todavía más radical).

AMAR (Esteban Crespo)

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Lo que de adolescentes percibimos como trágico es, en realidad, patético (la frase no es mía; el amigo al que se la tomo prestada sabrá que es de su propiedad en cuanto la lea). Así que cuando un adulto quiere atrapar los vaivenes emocionales que zarandean cualquier romance adolescente debería –en mi molesta opinión– marcar esa distancia existente entre unos personajes que, efectivamente, viven cada despedida en el portal como si fuera un melodrama de los años cuarenta, y su mirada, dotada de la experiencia suficiente para saber que lo que creíamos que eran heridas mortales no superaban la categoría de rasguños. Amar se toma tan en serio la relación sentimental entre dos púberes (dieciocho él, diecisiete ella) que se convierte en cómica cuando quiere ser empática. Todo resulta forzado, los diálogos cursis se amontonan y la película, que mezcla la trama amorosa con las vicisitudes que afectan a los padres de las criaturas o las conductas teenagers, se alarga y se alarga mientras vaguea por la indefinición más absoluta.

LA NIEBLA Y LA DONCELLA (Andrés Koppel)

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Al final habrá que generalizar y decir que “hoy voy al cine a ver una película producida por Gerardo Herrero”. Lo mismo da que se llame La punta del iceberg (David Cánovas, 2016), La playa de los ahogados (Gerardo Herrero, 2015) o La niebla y la doncella (Andrés Koppel, 2017), que es la que ahora nos ocupa. Todas están cortadas por el mismo patrón: un guion solvente cuyos méritos proceden del autor literario original (en este caso se adapta la tercera entrega de la serie Bevilacqua y Chamorro de Lorenzo Silva), una puesta en escena plana e insustancial y un casting más o menos correcto. La reapertura de un caso de asesinato en La Gomera, cerrado en falso tres años antes, en el que estaba implicado un alto cargo político adopta la forma de un telefilme de qualité en las manos de Andrés Koppel. La cámara se mueve de manera inmotivada para registrar ya sea una conversación o una persecución y la participación del gobierno insular en el proyecto se traduce en hermosas postales de la isla rodadas a golpe de dron. La retranca de Aura Garrido y los diálogos de Lorenzo Silva son de lo poco que uno puede rescatar de este thriller que se entiende mejor negro sobre blanco que en imágenes.