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El gran desafío que se plantea Bertrand Bonello en su última película tiene que ver, por supuesto, con lo que parece ser el objetivo último del cine más interesante de ahora mismo, incluido el suyo: conseguir imágenes genuinas, que huyan de la banalidad. Pero La Bête va aún más allá, casi dándole la vuelta a ese argumento, y se pregunta igualmente sobre lo contrario: ¿cómo conseguir que las imágenes ajenas, mil veces vistas y procesadas, conserven todavía una cierta emoción? No es esta una cuestión baladí, pues se refiere –nada más y nada menos– al sentido que aún puedan tener la historia y el tiempo del cine. Estructurado en tres épocas distintas, desde 1910 a 2044 pasando por 2014, el film de Bonello atraviesa un siglo entero de historias en movimiento, empieza en el pasado y termina en el futuro sin haber pasado por el estricto presente. Y lo hace filmando a una pareja que se reencarna en cada una de esas épocas asumiendo sus miedos, sus ‘bestias’, inspirándose tanto en la narrativa difusa de Henry James como en la atonalidad de Schönberg, en Hitchcock y Resnais, en YouTube y Google. En un deslumbrante, zigzagueante loop, que transita el melodrama y el psychothriller –sin olvidar la premisa de ciencia ficción que le sirve de marco narrativo–, La Bête recicla géneros y remodela situaciones, se mira en espejos tan distintos como los de James Ivory o David Lynch, y pasa a toda velocidad de las inundaciones de París de principios del siglo pasado a una postpandemia apocalíptica, regentada por la inteligencia artificial, para comprobar si todos esos códigos son aún válidos, si pueden superar su deriva conceptual y reconectar emocionalmente con la audiencia.  La respuesta es ambigua, por supuesto, pero también fascinante. De manera asombrosa, la trama múltiple acaba cuadrando, y no obstante las fugas, los cabos sueltos, se convierten en lo más importante, pues toman la forma de rimas y ritornelos, repeticiones y variaciones –que subrayan la naturaleza inevitablemente dispersa de cualquier relato contemporáneo– y finalmente exponen su desnudez más allá de toda estructura racional, cediendo el protagonismo a los sueños y el universo mental, sustituyendo la prosa por la poesía. Quizá el cine fue siempre eso y no supimos verlo. Quizá esa fue su auténtica ‘bestia en la jungla’, que ahora Bonello deja suelta en esta película libérrima, una propuesta mutante y salvaje que puede que aún no estemos en condiciones de entender del todo. Carlos Losilla