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Con este film se cierra la trilogía que inició el italiano Jonas Carpignano con Mediterránea (2015) y continuó con A Ciambra (2017). El cineasta lleva más de diez años viviendo en Gioia-Tauro, una ciudad de Calabria, donde se trasladó con la intención de hacer una investigación sobre la zona. El resultado es un primer film que se centraba en los inmigrantes africanos (y fue presentado en la Semana de la crítica), un segundo que retrataba a los gitanos del barrio de A Ciambra (y que pasó por la Quincena de los realizadores) y este último en el que trabaja en torno a la familia Guerrasio para hablar sobre la mafia (o la ‘supervivencia’, como especifica uno de los protagonistas del film). Lo hace además, y esto es uno de los elementos más interesantes, a través de una mujer: la mediana de las tres hijas del matrimonio.

Carpagnino mantiene el juego entre realidad y ficción que ha desarrollado a lo largo de toda la trilogía (aquí los personajes viven en la ciudad donde se filma, forman parte de una familia real y no son actores profesionales) y también el mismo sentido de una puesta en escena en la que tanto el sonido como la cámara (casi siempre al hombro) siguen, acompañan e ilustran el estado mental y emocional de los personajes (serán caóticos cuando el personaje se sienta confuso o desconcertado y serán serenos cuando lo tenga todo bajo control).

La película no se despega un segundo de Chiara, una niña de quince años que va descubriendo, a fuerza de tenacidad y valentía, la verdad de su familia y, sobre todo, de su padre. Se trata por tanto de un film sobre la pérdida de la inocencia, pero también sobre la necesidad de saber aunque suponga el fin de cualquier certeza posible (sobre el silencio, la imposibilidad de hablar y el ruido que no deja escuchar ofrece el film interesantes juegos sonoros). En el plano político A Chiara habla de un sistema endémico que fracasa en ambos lados: el de la mafia, pero también, y sobre todo, en el de los mecanismos tanto policiales como institucionales cuando se habla de la protección de los menores.

Jara Yáñez

En un momento de la película, un amigo del padre de Chiara le explica que en Urbino, localidad donde nació Raffaelle Sanzio, existe un bello retrato del pintor. La cita parece intrascendente, pero esconde una de las claves de la película, la posibilidad de convertir A Chiara en el retrato de una chica que busca su identidad. La acción se desarrolla en la Regia Calabria. Chiara es una adolescente que asiste ilusionada a la fiesta de dieciocho años de su hermana. El día después, el coche de su padre estalla ante su casa y su padre desaparece. A partir de este momento toda la película se presenta como un camino en busca de la identidad, de reconocimiento de si misma y de las circunstancias sociales en las que vive. En un momento clave de la película, Chiara se encuentra con el padre evadido. Ella considera que su padre pertenece a la mafia y que está atado a una serie de negocios sucios. El padre le muestra lo que hace y al final le dice que él no forma parte de la mafia, los sicarios son los empleados de una estructura de poder ya que su condición humana no es otra que la de ser un simple superviviente. Chiara también puede convertirse es una superviviente de un mundo que no ha escogido, frente al cual se le presenta la opción de otro mundo posible. Carpignano sigue en todo momento el punto de vista de Chiara y hace que la película derive del retrato al relato, siendo siempre más interesante el retrato.

Àngel Quintana