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Tres cineastas asiáticos de la misma generación (dos japoneses y un coreano) protagonizan nuestro número de verano. Nacidos en 1955 (Kiyoshi Kurosawa), 1960 (Nobuhiro Suwa) y 1961 (Hong Sangsoo), los tres llegan a las carteleras españolas, esta vez, tras el estreno sucesivo de sus películas en dos de los grandes festivales que pudieron celebrarse el año pasado: Berlín (La mujer del espía, El teléfono del viento) y Venecia (La mujer que escapó). Nos llegan, por tanto, con el inevitable retraso impuesto por la pandemia de la COVID-19, pero la buena noticia es que la presencia en nuestras salas de estas singularísimas películas nos devuelve al disfrute del cine creativo más personal en pantalla grande; sin duda, las proporciones y el espacio en el que mejor se podrá apreciar –e incluso palpar– la callada y pudorosa intimidad con la que se expresan tres obras muy diferentes entre sí (un sutil drama histórico, un doloroso exorcismo del dolor colectivo de toda una nación, una pequeña pieza de cámara en interiores…) y de rasgos estilísticos igualmente dispares, pero que comparten la vocación de expresarse en voz baja, sin énfasis, sin inflexiones altisonantes, de manera casi silenciosa, con extremado pudor…

También por esto las tres películas necesitan la pantalla grande y el espacio colectivo de la sala. Ninguna de ellas quiere llamar la atención a base de hacerse notar para contrarrestar los múltiples estímulos que nos distraen de las imágenes en el ámbito de nuestras casas, frente a las pequeñas pantallas. Las tres se dirigen a espectadores de los que reclaman no solo atención y recogimiento, sino también implicación y complicidad. Nos piden que ‘miremos’ y ‘escuchemos’ atentamente, que nos dejemos envolver por la ‘musicalidad’ de sus ritmos formales, que aceptemos el ‘modo de representación’ que cada una de ellas nos plantean y, si aceptamos el reto, la recompensa resulta fructífera cuando se precipita la epifanía, cuando –de forma sigilosa, sin subrayados, sin alharacas, sin imposiciones forzadas, sin exhibicionismo de ningún tipo– el destello subyacente de la emoción nos asalta de improviso.

Kiyoshi Kurosawa, Nobuhiro Suwa y Hong Sangsoo están en las antípodas de los cineastas poseurs, del cine que pugna por hacerse notar, por imponer esa falsa artisticidad de los vendedores de humo, siempre tan gritones y tan charlatanes, con sus películas llenas de aspavientos, con sus imágenes pomposas, con sus abalorios siempre visibles, siempre llamativos. Son películas muy distintas, desde luego, pero La mujer del espía, La mujer que escapó y El teléfono del viento (tres historias protagonizadas por otras tantas mujeres) nos hablan –quizás también por esto último– sin subir el tono, con la difícil sencillez que nace de la hondura y de la sinceridad de sus miradas respectivas. Y lo hacen en voz baja, ese gran valor a reivindicar.