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Aparentemente mumblecore en sus compases iniciales y supeditada su narrativa a una suerte de lost in translation sujeto a una verborrea donde los matices de la traslación da lugar a una pluralidad de significados, la odiséica coming of age de Freddie, una chica coreana adoptada en su infancia por una pareja francesa que vuelve a sus veinticinco años para reencontrarse y enfrentarse con sus orígenes, da lugar a Davy Chou a una propuesta que en primera instancia sorprende y desconcierta, a partir de dos elementos que estructuran su narrativa: en primer lugar, un uso del corte brusco y del primerísimo primer plano, que sirven para situar al espectador en los altibajos emocionales de una protagonista que oculta su dolor a partir de una coraza y una fisicidad que la emparenta, al principio, casi a un cartoon de carne y hueso. Y en segundo lugar a una estructura capitular o episódica, donde la cinta, al igual que su protagonista, muta y se transforma, haciendo casi irreconocible a obra y personaje de un episodio al otro.

Pero en su armazón más profundo, la película se sustenta, de manera inteligente, en su representación de una sensación vertiginosa fruto de una orfandad y un abandono que coloca a su protagonista en una especie de tierra de nadie y que desemboca y transforma a la obra desde unos primeros compases aparentemente ligeros, a una desviación casi crime noir, para desembocar en un melodrama que sabe equilibrar lo trágico y lo banal, a partir de una cierta distancia prudencial y el uso del fuera de campo y el fuera de foco para no magnificar lo narrado. Lamentablemente, y aún con sus buenas intenciones, la cinta languidece por una excesiva dilatación de un metraje que redunda en algunas ocasiones en conceptos e ideas ya desarrollados, provocando que su sutil y ambiguo desenlace no consiga provocar el impacto deseado.