Posts Tagged ‘Revoluciones Permanentes’
To be loved by whom (Emily Barbelin). SEFF 2022 – Revoluciones Permanentes
Dos películas proyectadas en la presente edición del SEFF exploran la vida de trabajadoras sexuales desde un dispositivo que mezcla la realidad con la ficción: Christina, de Nikola Spasic, en Las Nuevas Olas No Ficción (véase crítica en la web) y To Be Loved By Whom, ópera prima de Emily Barbelin, en Revoluciones Permanentes. Esta última presenta una puesta en escena anclada en el realismo social pero que, no obstante, se construye como un artificio a partir de un trabajo de dirección decididamente teatral. La película de la directora franco-belga sigue a un grupo de trabajadoras sexuales mientras transitan el diario vivir de su oficio, siendo ellas las protagonistas en todo momento, y nunca los hombres que las rodean, que son siempre incidentales y secundarios.
Lo anterior hace que To Be Loved By Whom sea un retrato alejado de la sexualización o la romantización en la que muchos otros filmes recaen. Por el contrario, la lente de Barbelin muestra, con cierta distancia y cercanía a la vez, las vidas de estas mujeres desde una perspectiva distinta a la de la mirada masculina que sobre ellas se impone diariamente. El resultado es un relato tanto humano como humanizado, a través del cual estas mujeres adquieren una entidad propia: como individuos, pero también como colectividad. Como en una especie de reality show deconstruido (por supuesto, sin la banalidad que se adhiere a este), Barbelin decide retratarlas no únicamente en la soledad propia de su oficio, sino también a través de las relaciones que establecen entre ellas mismas, entrando con su cámara en los espacios de mayor o menor intimidad que comparten. Es a partir de todos estos elementos que To Be Loved By Whom trasciende y genera un verdadero sentimiento de empatía: uno que va más allá de los relatos sentimentalistas y sensacionalistas.
Lucie Loses Her Horse (Claude Schmitz). SEFF 2022 – Revoluciones Permanentes
Cuando una temática se halla en el ojo del huracán, resulta cada vez más difícil encontrar relatos que la aborden desde una perspectiva renovada. Es el caso de la representación de maternidades no normativas en el cine, con filmes como La hija oscura -en el panorama internacional- o Cinco Lobitos -en el nacional- que han abierto el camino a que muchas mujeres quieran mostrar en pantalla la otra cara de ser madres. Sin embargo, el incuestionable interés por dar visibilidad a estos relatos trae consigo un reverso perverso cuando se cae en la reproducción masiva de los mismos, lo cual en ocasiones da como resultado productos que dejan a un lado la originalidad de la puesta en escena -la pregunta por el cómo contar- a favor de su discurso -centradas solamente en qué es lo que cuentan-. Es el caso de Saint Omer, parte de la Sección Oficial del SEFF en esta edición: una película correcta en lo que quiere transmitir que, no obstante, nunca llega a explotar el inmenso potencial que su historia le otorga (especialmente en lo que concierne a la reflexión poscolonial, como bien lo señala Carlos Losilla en su crítica). Pero frente a este tipo de propuesta, llega Revoluciones Permanentes con una destacada contraparte: Lucie Loses Her Horse, una historia sobre la maternidad contada desde un lugar completamente nuevo.
El film de Claude Schmitz se inspira en la vida real de su actriz protagonista, Lucie Debay, pero construye un relato sobre sus sueños y pérdidas a partir de referentes que van desde el Shakespeare de El Rey Lear, Alicia en el país de las maravillas o el film de 1978 de Rohmer, Perceval le Gallois (con el que, además, establece un juego de palabras en su título original, Lucie perd son cheval). Lucie Loses Her Horse es una película sobre las historias que creamos y las que decidimos contarnos a nosotros mismos. Como las que construye Lucie en su vida diaria como madre y caballera. Sí, con capa, armadura y espada (al mejor estilo de Bergman o de Demy), pero sin caballo. Y es esa búsqueda por el caballo perdido la que llevará a Lucie a juntar su camino con el de otras dos caballeras que pronto entrarán en un laberinto de representaciones donde el artefacto teatral invade no solo la puesta en escena sino el propio relato también. Así, director y actriz -quienes, por supuesto, trabajaron mano a mano en la construcción del personaje- dan forma a un film de constantes transformaciones, que comienza y termina en lo cotidiano, pero que viaja por lo fantástico sin jamás perderse en la vaguedad.
Hole in the Head (Dean Kavanagh). SEFF 2022 – Revoluciones Permanentes
El proceso de creación fílmica se encuentra en el corazón de Hole in the Head, primer trabajo narrativo de Dean Kavanagh, presentado en esta edición del SEFF dentro de la sección Revolucones Permanentes. En este, el irlandés construye una historia anclada en la psicología profunda de su personaje principal sin perder nunca el pulso creativo que le otorga su larga trayectoria como cineasta experimental. John Kline Jnr. es un hombre que, tras ser abandonado por sus padres cuando niño, ha perdido la capacidad del habla y gran parte de sus recuerdos, y que emprende el proyecto de rodar un film sobre su pasado familiar. Un proceso en el que los traumas de su infancia surgen y resurgen en medio de un ambiente ominoso y hostil: la casa en la que creció, donde convive con sus actores -que hacen de sus padres- en este proceso de recreación de la memoria.
El juego con el tiempo -a veces es imposible saber cuántos días o meses han pasado- y la sensación de confinamiento en la concepción del espacio van construyendo una atmósfera de opresión a través de la cual es posible acceder al angustioso mundo interno de John. La cámara de Kavanagh entra y sale de las grabaciones de John constantemente, difuminando las fronteras entre lo que este está grabando y su propia vida, y llevando a este personaje, ya de por sí alejado de la realidad, a un estado de total distanciamiento de esta. El resultado es una película metanarrativa que se mueve en los géneros del drama y la comedia negra para dar lugar a una explosión -una expresión nunca mejor usada- de estimulaciones en el terreno de lo surreal. La heterogeneidad de los formatos, así como las distintas texturas que adquiere la imagen y el sonido (con un diseño sonoro particularmente destacable), permiten no sólo construir un relato sobre el proceso de creación desde una perspectiva totalmente fresca, sino que, además, demuestran la posibilidad de coexistencia de lo narrativo con lo experimental, resaltando las infinitas posibilidades que esto otorga en el camino hacia un tipo de cine que pueda entrar en contacto y al mismo tiempo alejarse del material de lo real.
Afterwater (Dane Komlijen). SEFF 2022 – Revoluciones Permanentes
Los cuerpos confluyen con el agua en Afterwater, del serbio Dane Komlijen, un film en el que lo físico, lo tangible, adquiere una dimensión propia a través de la imagen. Coproducida por Montse Triola (productora habitual de Albert Serra), la película se construye como una experiencia visual y sonora dividida en tres actos. Como ondas que se reproducen, Komlijen da forma a un film que contiene dentro de sí múltiples filmes, cada uno de ellos con su propia textura. La primera parte está grabada en digital y sigue a una pareja en un viaje a la naturaleza; la segunda, rodada en 16 mm, usa voces en off para narrar una historia ficcional que se acerca a lo ancestral; mientras la parte final retrata en vídeo analógico la conjunción de cuerpos en una especie de danza contemporánea con el hábitat a su alrededor. Todo centrado en la figura del agua y de los lagos como “microcosmos”.
Pero si los diferentes tipos de lenguajes utilizados dan paso a una multiplicidad de texturas visuales, es a través del sonido donde se amplía aún más esta experiencia de los sentidos. Los pies andando por encima del pasto que se mezcla con el agua, los cuerpos sumergiéndose en el lago y saliendo de este, los sonidos propios del río en distintos momentos del día… Todas estas formas y texturas sonoras del agua se posan en el centro de Afterwater y dan espacio a una reflexión no sólo sobre esos cuerpos de agua, sino también, y particularmente, sobre la vivencia de los cuerpos humanos en estos. Y es allí donde la propuesta de Komlijen alcanza su mayor potencia. En ese retrato de los cuerpos en el agua o con el agua. La corporeidad humana narrada a través de una corporeidad que, en principio, le es ajena: aquella propia del agua.
El trío en mi bemol (Rita Azevedo Gomes). SEFF 2022 – Revoluciones Permanentes
La reflexión sobre la representación ha sido una constante que atraviesa toda la obra de Rita Azevedo Gomes. Y su más reciente trabajo, El trío en mi bemol, no es una excepción. En este film, que se presenta este año en Revoluciones Permanentes (y que sorprendentemente no forma parte de la Sección Oficial), la directora lusa plantea una adaptación de la obra escrita por Éric Rohmer en 1989: un texto sobre el arte, el amor y la conjunción de estos dos. Paul recibe siete visitas de Adélia, su ex pareja, a lo largo de un período de tiempo incierto, en el que presenciamos cómo su relación muta una y otra vez transitando por conversaciones que los hacen viajar del presente al pasado, y viceversa. La totalidad de la historia se construye a partir de esta tensión entre dos antiguos amantes que intentan constantemente redefinir su –en ocasiones inexplicable– relación.
El trío en mi bemol añade una capa de complejidad a este entramado base al introducir la figura de un director (interpretado por el actor español Adolfo Arrieta) que a su vez está adaptando la obra al cine. Pero el film de Azevedo Gomes no se articula solamente como una adaptación de la adaptación, sino que va un paso más allá de lo que muchos ejercicios de metacine proponen, logrando una integración absoluta de las formas del teatro y del cine. Esto gracias a una puesta en escena mayoritariamente teatral, que se refleja en la concepción de los espacios y la manera en que sus personajes los habitan, pero en la que irrumpen movimientos de cámara y secuencias externas a la propia obra (como los “detrás de escenas” o las secuencias oníricas) que hacen evidente que no sólo estamos viendo la adaptación de una obra, sino que nos encontramos ante un constructo fílmico. A esto se le suma, además, el papel central que juega la música, tanto en la historia de Rohmer como en la reinterpretación de Azevedo, resultando en una conjunción de las artes atravesada por la magia –en ocasiones bellísimamente literal– de la ficción cinematográfica.
X14 (Delphine Kreuter). SEFF 2022 – Revoluciones Permanentes
“El cine es una revolución y esta película es una revolución”. Con estas palabras presentó Delphine Kreuter X14, título con el que se inauguró la sección Revoluciones Permanentes este año en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. La videoartista francesa explora en este, su tercer largometraje, imaginarios propios de lo weird para plantear una reflexión sobre el encuentro de distintas subjetividades. Sus personajes viven en un mundo tecnológicamente avanzado, que, en lugar de ser un futuro sacado de un clásico de ciencia ficción, es el mundo que habitamos actualmente, pero con posibilidades expandidas, donde todo tipo de tecnología existe –desde los órganos mecánicos hasta la clonación de gatos–. Y, sobre todo, es un mundo en el que lo humano y lo no humano no sólo coexisten, sino que conviven en su día a día. Es así como Kreuter crea un ambiente ominoso, que inserta en la cotidianidad esos destellos de lo weird, dando paso a una realidad posthumanista donde la máquina tiene su propia identidad e incluso en ocasiones está integrada en el ser humano.
Este es el caso de Liz, protagonista del film, una mujer joven que, tras sufrir un infarto, vive con un corazón artificial que debe cargar como la batería de un móvil, convirtiéndola en una especie de zombi o ciborg –o incluso ciborg zombi–, como en algún punto de la película se discute. Liz vive con su robot, X14, en un piso lleno de recuerdos de lo que ella llama “su vida pasada”: el esposo y el hijo que perdió en un accidente y cuyas muertes nunca ha podido superar. En la conjunción de todos estos elementos se encuentra una historia de duelo y de liberación, si bien se aleja completamente de las convenciones usadas para narrarlo. Kreuter demuestra que es posible hacer un retrato del dolor a partir de lo cómico y lo raro, desestabilizando una vez más el orden en el que hemos llegado a clasificar todo, incluso los relatos cinematográficos. X14, en palabras de la directora, es una “personificación poética de la muerte”: esa muerte que acompaña a Liz todo el tiempo y de la que no logra desprenderse. Así, lo emocional y lo corpóreo se entrelazan en esta lucha por liberarse de los propios demonios, internos pero hechos externos, nunca de modo tan literal.
Revoluciones permanentes (SEFF 2021)
Por error, en el número de diciembre de 2021 de Caimán Cuadernos de Cine, dentro del informe sobre el Festival de Sevilla apareció publicado el apoyo correspondiente a la edición del año 2020. Reproducimos aquí el texto correcto y pedimos nuestras más sinceras disculpas a los lectores y a la organización del festival.
SUBIENDO EL NIVEL
Amén de mantenerse como una sección compacta, ‘Revoluciones permanentes’ ha elevado su listón competitivo con respecto a la edición de 2020; tanto es así que el jurado FIPRESCI encargado de bendecir a uno de los ocho títulos en liza tenía prácticamente imposible equivocar el fallo, pues cualquiera de las obras presentadas exhibía un buen puñado de argumentos como para ser defendida. Se impuso Ghost Song, segunda incursión del director francés Nicolas Peduzzi en la trastienda de una Norteamérica para muchos desconocida. Con una partitura estética idéntica a la de su anterior trabajo, la impactante Southern Belle (2017), Peduzzi compone una sinfonía sobre el Houston oculto de la mano de una joven rapera afroamericana y de un niño bien caído en desgracia por sus excesos adictivos. El montaje paralelo, sin posibilidad de convergencia, de esas dos vidas que, sin embargo, se apelmazan en el mismo universo ruinoso; la entre tierna y estrafalaria galería de personajes; el uso de elementos ficcionales y el brioso estilo de Peduzzi alicatan una obra contundente, por más que los que ya frecuentaran su ópera prima sientan una sensación de dejà vu.
De una película filmada por un francés en Estados Unidos a otra rodada por un director de Filadelfia entre Berlín y Viena. En Outside Noise, Ted Fendt firma otra de esas falsas películas sencillas en las que todo es pequeño: la duración (60 minutos), el formato (16 milímetros) e incluso las historias aparentemente intrascendentes de tres amigas que están siendo engullidas por un lánguido vórtice existencial. Sin aspavientos, con una puesta en escena de primorosa exactitud (impresiona su trabajo con el reencuadre y lo significativo de los escasos movimientos de cámara) y su renuncia a la (falsa) belleza turística, Fendt captura la existencia de un angst generacional marcado por una apatía a la vez amable y triste.
Más difícil de justificar es la presencia en Sevilla de la magnética A Night of Knowing Nothing (Payal Kapadia, 2021), película indefectiblemente india presente en este festival de cine europeo por razones financieras (cuenta con una parte de capital francés), un argumento tan lícito como endeble, más aún para una cita que este año ha programado 225 títulos (volumen que también afecta a la atención mediática que se presta a las películas incluidas en las secciones paralelas). Sea como fuere, el filme de Kapadia –un ensayo poético/político que parte de una historia de amor truncada por un régimen conservador para erigirse, entre la realidad y el sueño, en un hermoso alegato contra un sistema opresor– se elevó junto con Outside Noise y Anatomia (Ola Jankowska, 2021) como una de las cumbres de la sección. En su película, Jankowska apela a las composiciones estáticas, al rigor en el uso del punto de vista y a dos motivos visuales recurrentes (los lugares de paso y los edificios en construcción) para referir el impasse que atraviesa Mika, una joven que regresa a Polonia tras veinte años de ausencia para visitar a su padre, afectado por una lesión cerebral. Cerraron el apartado la española Un cielo tan turbio (Álvaro F. Pulpeiro, 2021), caleidoscopio de una belleza decrepita sobre la Venezuela contemporánea, y la tan excéntrica como nada paternalista Théo et les métamorphoses (Damien Odoul, 2021), retrato de un joven con síndrome de Down que oscila entre la introspección y el surrealismo.
Outside Noise (Ted Fendt). SEFF 2021 – Revoluciones Permanentes
El cine de Ted Fendt es austero, la superficie de sus imágenes parece sencilla y, sin embargo, detrás de ese estatismo ascético hay un cuidadísimo trabajo de composición visual que, eso sí, desdeña cualquier tipo de exhibicionismo. Una concepción del arte de filmar muy en sintonía con los personajes que retrata, en este caso un grupo de amigas que intercambian visitas entre Berlín y Viena. En una de las primeras secuencias de este tercer largometraje del director norteamericano veremos a una de las chicas mirar por la ventana, solo que el diseño del plano, compuesto por un doble reencuadre, negará el exterior y encajonará su rostro entre marcos y cristales. Fendt aprovecha la arquitectura de esos diminutos pisos de estudiantes como un elemento dramático más para señalar esa situación de impasse que viven Natasha, Mia y Daniela (y cuando las filma sin ninguna interposición los encuadres apenas tienen aire). Si, por las conversaciones que mantienen entre ellas, sabemos que la primera está pensando en mudarse definitivamente a Viena (pero no lo acaba de ver claro), la segunda está terminando un máster que ha empezado no sabe muy bien por qué y la tercera desconoce si quiera donde quiere vivir, se ve aun con mayor clarividencia la intencionalidad en la planificación del director de Short Stay (2016). He aquí una generación de veinteañeras tardías (coautoras del guion) que padecen insomnio y estrés, pero a las que no vemos hacer nada más que pasear, afectadas por una ansiedad mínima (pero presente) y una indolencia que parece contagiosa. Todo eso en una película en la que se habla de museos (lugares para la contemplación), de una editorial de libros de autoayuda (llevada por gente con serias dificultades para planificar un futuro a corto plazo) o de ritos de paso funerarios (¿serán capaces las protagonistas de acceder al siguiente nivel?), asuntos aparentemente banales que, no obstante, reflejan la existencia de un angst generacional que no está marcado por la ira contestataria, sino por una apatía a la vez amable y triste.
Un cielo tan turbio (Álvaro F. Pulpeiro). SEFF 2021 – Revoluciones Permanentes
Es de noche. Dos tipos conducen una pick up por una pista de tierra. Hablan de la recogida de firmas que el presidente Maduro va a iniciar para mandarlas a Estados Unidos y abrir una posible vía de negociación con Trump y así poner fin a una crisis humanitaria que amenaza con dejar sin reservas al país en un plazo de 20 días. Es el único apunte político que oiremos de boca de uno de los numerosos personajes que habitan un Cielo tan turbio, el segundo trabajo del Álvaro F. Pulpeiro, quien ya estuvo en el Festival de Cine Europeo con su ópera prima, Nocturno: fantasmas de mar en puerto (2017). El realizador gallego filma esa charla entre los hombres colocando la cámara frente al cristal de la furgoneta, de manera que, ayudado por la oscuridad, aprisiona a los dos ocupantes del vehículo, a su vez acuciados por la escasez que asola el país. Es, quizá, el momento menos espectacular de una película fotografiada con esforzada belleza por el propio Pulpeiro y Mauricio Reyes Serrano, sin embargo, resume mejor que algunas de las elaboradísimas set pieces la situación de Venezuela. En esta panorámica itinerante del país caribeño se pasa por el desierto de la Guajira, por su frontera con Brasil o por el área de Maracaibo, pero también por refinerías y barcos de guerra, lugares todos ellos reflejados con una hermosura decrepita, consecuencia directa de la paradójica ruina económica que asola a la primera potencia petrolífera del planeta. La concepción viajera de la película -y su posterior composición- queda sintetizada en una secuencia inicial en la que un coche se desplaza mientras la radio va de una emisora a otra empalmando noticiarios que hablan fugazmente (y desde distintos lugares, también desde Estados Unidos) sobre todo cuanto sucede allí. Esos saltos por la onda media tendrán su eco en la estructura de este filme deambulante que busca, sin cargar las tintas, mostrar la cotidianidad de la gente corriente, esa que trafica con combustible para poder subsistir o que monta un grupo de mariachis para cantar en la frontera y sacarse unos bolívares. A veces de la pobreza al surrealismo solo hay un paso.
Théo et les métamorphoses (Damien Odoul). SEFF 2021 – Revoluciones Permanentes
Cuando un director se enfrenta al retrato de una persona con síndrome de Down, como es el caso de Théo Kremel, protagonista absoluto del quinto filme de Damien Odoul, corre el riesgo de caer en el paternalismo o en la conmiseración, quizá porque existe una evidente dificultad en encontrar conexiones con el modelo elegido y porque la mirada del cineasta siempre puede ser acusada de oportunista o de estar cargada de superioridad. Pues bien, nada de esto sucede aquí porque el realizador francés consigue que veamos el pequeño mundo de Théo a través de sus ojos. Un mundo que se reduce a una gran casa en mitad de una hermosa nada campestre y a un padre fotógrafo y cascarrabias al que la inventiva del hijo consigue eliminar de la película. Porque esa es otra, todo está filtrado por Théo (es él quien se describe a través de su voz en off) y estamos ante un fabulador de primer orden: aspirante a samurái, descarado mentiroso, bromista cabroncete y tardoadolescente en pleno despertar hormonal y espiritual (toda la película está atravesada por referencias a culturas y religiones procedentes de distintos rincones de Asia). Ni Odoul ni Théo se guardan nada y la película va transformándose en un hipnótico y bizarro ejercicio introspectivo -que cobra vuelo con la desaparición del padre- que termina abrazando determinados modos del cine de vanguardia (está infiltrado por un inequívoco deje surrealista), tratando de poner en imágenes lo que puede pasar dentro de la mente de Théo, alguien con una conexión con el entorno natural fuera del alcance de la mayoría de los seres humanos que este cronista pueda conocer. En definitiva, Théo et les métamorphoses es una puerta abierta al inconsciente de un ser fascinante que, y está bien advertirlo, no conectará con los amantes de las convenciones narrativas aplicadas al cine.
Anatomía (Ola Jankowska). SEFF 2021 – Revoluciones Permanentes
De llevar título, esta crítica quedaría bautizada como ‘En tránsito’. Mika (Karolina Kominez, una actriz bañada en inox), regresa a Polonia tras 20 años de ausencia. Va a ver a su padre, hospitalizado a causa de una irreparable lesión cerebral. Para él, su hija sigue siendo la adolescente que todavía vive bajo su techo. Recapitulemos: A) Mika está en Polonia ‘temporalmente’ (veremos cómo su actual pareja, de nacionalidad británica, le manda videos de la nueva casa que han comprado junto al mar); y B) su padre no la sitúa en el rango de edad que le corresponde, lo que la convierte en un fantasma de sí misma.
Vayamos ahora a las imágenes. Ola Jankowska emplea, siempre de manera sutil y casi tangencial, dos motivos visuales que salpican tres de las cuatro partes en las que se divide su primer largometraje de ficción. Uno lo constituyen los lugares de paso (carreteras, estaciones, paradas de autobús); el otro, los edificios en construcción (veremos grúas, esqueletos de rascacielos, solares vallados que se emplean como almacenes para el material). El estatismo de la cámara, la frialdad de la colorimetría y el radical uso del punto de vista son los elementos que la cineasta de Lodz entrelaza para armar este prodigioso estudio de una mujer extraviada en un limbo vital, con un futuro en un país lejano al que no puede acceder porque el pasado sigue tirando de ella. Para salir de esa laberíntica estación intermodal, Mika tendrá que ajustar cuentas no solo con viejas amistades y amores semiolvidados, sino con recuerdos antiguos que todavía supuran y que Jankowska cauteriza en un espectral episodio final en el que la protagonista viaja por los interiores de su memoria para poner fin a un duelo múltiple y lacerante.
Esta es, en definitiva, una propuesta extremadamente rigurosa: si Mika se encuentra en una etapa intermedia de su vida en la que para conquistar el futuro deberá resolver problemas pretéritos y Polonia ha pasado de ser un bastión comunista a un país ultracatólico (cuestión fundamental que la directora plantea a partir de un apunte con ecos metonímicos tan fugaz como lúcido), la propia película se construye a partir de la superposición de texturas y formatos (cámaras térmicas, videos domésticos, material de archivo), apuntalando esa idea de indeterminación que aflige a la protagonista y mostrándose como una suerte de freno estético que concuerda con las dificultades que la joven encuentra para seguir adelante.
Ghost Song(Nicolas Peduzzi ). SEFF 2021 – Revoluciones Permanentes
El segundo trabajo del realizador francés Nicolas Peduzzi funciona como adenda a su ópera prima, tanto es así que uno de los protagonistas de esta Ghost Song es el primo de la joven y rica heredera tejana que deambulaba, rodeada de alcohol, armas y compañías altamente inestables, por la Houston de Southern Belle (2017). Peduzzi no abandona ni la ciudad ni los modos de su anterior película. Su tensa escritura fílmica se mueve con soltura por entre los intersticios del documental y la ficción para imprimir un retrato binario sobre las convulsas vidas de la rapera afroamericana OMB Bloodbath y William, de familia adinerada pero abandonado a su suerte a causa de sus adicciones. Construida en paralelo, como si los conductores del relato habitaran compartimentos estancos y colindantes, el filme muestra un mundo en decadencia, violento y desquiciado, en el que el hip hop funciona como herramienta descriptiva pero también como la única voz de la esperanza, por más que esos dos mundos que conviven dentro del callejero de Houston exhiban el mismo grado de ruina.
De hecho, Ghost Song crece cuando la ópera se infiltra en la banda de sonido, rematando secuencias que se empapan de una decrepitud a contrapelo, en consonancia con los perturbados comportamientos de algunos personajes (el tío de William parece un sosía del Leland Palmer de Twin Peaks). El mérito de Peduzzi estriba en lograr que la fauna tejana que puebla su película se exponga sin cortapisas, también en su habilidosa manipulación de la realidad con ese huracán cuya amenaza sobrevuela todo el metraje y que estalla en el tramo final para lanzar una metáfora ambigua (¿estamos ante el apocalipsis o frente a una renovadora purificación?). Con todo, el director de Southern Belle necesitará trascender determinados modelos de puesta en escena que ya en este segundo trabajo se antojan en exceso formularios, desde el uso que hace de la televisión (más incisivo en su filme anterior) hasta esa cámara que se pega a sus personajes como si temiese que se le escapara algún gesto.
A Night of Knowing Nothing (Payal Kapadia ). SEFF 2021 – Revoluciones Permanentes
El pretexto que sirve para activar la fascinante opera prima de Payal Kapadia toma el motivo del manuscrito hallado de manera inopinada. Aquí, una estudiante residente en el Film and Television Institute of India encuentra en su habitación un manojo de cartas que L le escribe a K. En la película de Kapadia, premiada con el Ojo de Oro al mejor documental en la pasada edición del Festival de Cannes, el texto -esto es, la lectura de la correspondencia- suele ir por un camino ajeno al de las imágenes, aunque, como veremos, esta no es una afirmación que pueda lanzarse con excesiva rotundidad. Si, inicialmente, el intercambio epistolar da cuenta de los tortuosos avatares que obstaculizan el romance entre los enamorados; los dos pertenecientes a castas distintas y, por lo tanto, condenados de antemano por un sistema cuya jerarquización no admite noviazgos interclasistas; el planteamiento irá derivando en un crudo análisis sobre la situación de la India, empezando por los problemas que afectan al propio instituto en el que germina la historia para ir extendiéndose a las revueltas universitarias y terminar bosquejando el perfil de un país asolado por la violencia, la desigualdad y el racismo. El gran mérito de Kapadia está en huir del documental al uso, por más que su película jamás descuide el contexto (está situada en los años 2015 y 2016), y acercarse sin temor al ensayo de corte poético sin por ello abandonar una postura militante: es más, serán sus formas las que la doten de un mayor alcance político. Rodada casi en su totalidad en blanco y negro, abjurando de la nitidez, oscureciendo las figuras humanas para buscar una abstracción que le brinda una apariencia de alucinación reposada, A Night Of Knowing Nothing parece señalar que sus imágenes pertenecen a todos los tiempos, que ocurrieron, sí, en 2015, pero que también han sucedido en el pasado y, de no poder remedio, volverán a producirse en el futuro.
La cadencia calma con la que se nos empieza a narrar la historia de un amor prohibido no abandonará un relato en el que las estampas oníricas conviven con otras de manifestaciones estudiantiles y con estremecedores videos de archivo de cargas policiales, todas ellas hermanadas por un mismo tono y una misma textura, porque quizá la lucha que mantienen L y K para salvar su relación no es tan distinta a la de sus compañeros de instituto: en el fondo, es el mismo sistema el que los oprime, el que los separa. Una película en la que lo personal es político (y lo poético, también).