“En el mundo de destrucción que vivimos es bonito trabajar en algo que se está construyendo”. Estas palabras que aparecen en el primer diálogo de la película se aplican a dos de los elementos que la componen: la mente y los espacios. Ruth es una mujer que sufre demencia, y a medida que avanza la película, su memoria se desvanece. La película retrata a una mujer que a pesar de todo intenta preservar la energía, enfocándose en la necesidad de construir y conservar la frágil memoria y el tiempo que le pertenecen. La frase destaca los cimientos y el hogar a través de su hijo, quien representa el hogar familiar, y la alusión a la arquitectura, que simboliza la casa. Ambos aspectos se transformarán a lo largo de la película, resignificándose y buscando nuevas formas que los representen. Durante estos cambios, la protagonista busca la complicidad de los gestos familiares, ya que, en ese estado cambiante, es la manera de sentirse segura: los haces de luz que le recorren su mano como una caricia, la cocina o las órdenes que da a sus superiores para tratar de mantener el control. Los planos largos y estables crean una antítesis con la narrativa, manteniéndose fijos en el tiempo mientras la mente de Ruth se desmorona poco a poco.

Sarah Friedland ofrece una cotidianidad hospitalaria que recoge momentos de felicidad entre los internos y sus cuidadores, y muestra una mirada dulce de reconocimiento mutuo. Con toques cómicos propios de la convivencia, otorga dignidad a las personas que habitan estos espacios, y ofrece un punto de vista que acepta el cambio, deconstruyendo la romantización de la familia, tan clásica en este tipo de narrativas. El viaje que ofrece muestra esa realidad donde ‘el toque familiar’ estará formado por los cuidadores y compañeros de residencia, que serán quienes acompañen diariamente a Ruth en la nueva etapa de su vida. Proyectada a continuación de A nuestros amigos (Adrián Orr), ambas películas conforman un viaje a través del cambio. Mientras que la película de Orr retrata un coming of age centrado en la adolescencia, Friedland hace un coming of old age. Un gesto poético que une dos edades, aparentemente tan alejadas entre sí, pero conectadas por el vértigo al abismo y la sensación de final, donde una realidad termina y hay que adaptarse al inevitable cambio incontrolado de la vida.

Clara Tejerina