Carlos F. Heredero.
¿Qué pueden tener en común dos películas como Camille Claudel 1915 y Blue Jasmine…? ¿Cuáles pueden ser los vínculos que relacionen entre sí a una exigente y radical película de autor europea y a una modesta producción independiente norteamericana, dirigidas respectivamente por dos cineastas tan dispares como son Bruno Dumont y Woody Allen…? ¿Por qué vienen las dos juntas a nuestro Gran Angular a pesar de la aparente distancia y de las ciertamente muy llamativas diferencias que existen entre ambas propuestas…?
Algunas respuestas pueden encontrarse, por supuesto, en las páginas que siguen y, más en concreto, en el texto de Àngel Quintana que abre este mes Caimán CdC, pero creemos que puede ser provechoso explicar algunas otras dimensiones que subyacen a esta operación que –los lectores juzgarán– podrá parecer a según quien más o menos acertada o pertinente. Dimensiones que quizás no tienen tanto que ver con las dos películas en sí mismas, o con los puentes que sin duda se pueden tender entre ellas, como con ‘el trabajo de la crítica’ tal y como nosotros lo entendemos.
Un trabajo que necesita, es cierto, detectar en los dos filmes aquellas facetas que les permiten articular, por separado, un poderoso y singularísimo discurso personal, tan afín –por lo demás– a sus respectivos creadores. Pero es también un trabajo que implica bucear en sus entrañas y atreverse a buscar o a proponer una lectura capaz de enriquecer –al poner en relación las imágenes de ambos– a cada uno de estos títulos. Hay que hacer la crítica de Camille Claudel 1915 y de Blue Jasmine, claro está. Hay que entrevistar a sus directores (nos ha faltado Woody Allen, pero ya sabemos todos que esto no es fácil), hay que entrevistar a sus protagonistas (aquí comparece la gran Juliette Binoche y echamos de menos a la gran Cate Blanchett), pero también hay que ir un poco más allá, pensar el parentesco que pueden compartir estos dos intensos retratos femeninos incorporados, además, por dos magníficas actrices de uno y otro lado del Atlántico (tan estrella una en Europa como la otra en Estados Unidos), reflexionar sobre los ecos que resuenan –involuntariamente– entre ambas películas, indagar en los túneles subterráneos y en los puentes aéreos que pueden comunicarlas.
Ese ‘trabajo de la crítica’, si es capaz de iluminar facetas más o menos ocultas o poco evidentes, si logra sugerir a sus lectores nuevas maneras de pensar el cine que se está haciendo simultáneamente en uno y otro continente, si consigue atisbar provechosas formas de relacionar a películas concebidas y filmadas a tantos kilómetros (geográficos y culturales) de distancia, podrá aportar un plus de reflexión a los espectadores que se acerquen con curiosidad y con espíritu abierto a dos obras tan distintas, qué duda cabe, como Camille Claudel 1915 y Blue Jasmine, pero también capaces de hablarse entre sí, suficientemente ricas y complejas como para dialogar con unos lectores a los que este tipo de trabajo crítico les puede ofrecer, si acierta en su tarea, claro es, una conversación audiovisual y cultural enriquecedora, que vaya más allá del mero disfrute espectatorial. Para eso trabajamos en esta revista.
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