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Afirma el director de escena Calixto Bieito: “La cultura es lo que está aceptado por la sociedad. En cambio, el arte es algo más soñado, más irracional, que no tiene que ser moral, pero tiene que venir de dentro”. Las declaraciones forman parte de la que es la segunda entrega de la serie de entrevistas ‘El cine fuera del cine’, con la que, desde el número pasado, buscamos acercarnos al pensamiento cinematográfico desde otras disciplinas creativas. Y de hecho, su discurso resuena y conecta a su vez con uno de los estrenos destacados del mes: Saint Omer, el pueblo contra Laurence Coly, de la directora francosenegalesa Alice Diop. Porque la película nos confronta, precisamente, a la complejidad de los juicios moralizantes frente a la violencia sistémica que sufren en el film sus dos protagonistas por su condición de mujeres, negras, inmigrantes, de clase media (tal y como describe y analiza Daniela Urzola en su artículo sobre este asunto). Un tema que nos permite además, y de manera directa, seguir profundizando no solo en los temas y las formas del dirigido por cineastas africanos, sino también y más específicamente, en los del cine realizado en Francia por autores subsaharianos y cuya primera referencia ineludible es Ousmane Sembène (objeto de una especial atención en el número pasado de la revista). Precisamente una película como La Noire de… (1966), en tanto que radiografía de la explotación que una familia francesa impone a una joven senegalesa, se encuentra en el centro de un discurso que, ya lo decía Martin Pawley hace un mes, funciona “como retrato pre-Jeanne Dielman… de la alienación de la mujer, de la descomposición mental fruto de la soledad, el encierro y la rutina, (…) sin olvidar la componente racial y colonial”. Y es así como, Alice Diop y Ousmane Sembène nos conducen a Chantal Akerman ahora que, tras el ascenso de su película al primer puesto en el listado de las mejores según la revista Sight & Sound, su obra vive uno de los más apasionantes y radicales procesos de restitución y reconsideración crítica de los vistos en tiempos recientes. A ello tratan de colaborar los artículos que publicamos a propósito del estreno en Filmin de doce títulos de la cineasta belga (entre largos y cortos) mientras, al mismo tiempo, nos permiten ahondar en la potencia subversiva del gesto de ‘hacer visible’, de pensar y filmar de otra manera los cuerpos de las mujeres (fijados hasta ahora por la mirada capitalista, heteropatriarcal y blanca) y de hacerlo, además, a partir de la individualidad de esos cuerpos como sinécdoque. Visibilizar y establecer las coordenadas que colaboren a borrar la idea de no pertenecer a ningún lugar, en el caso de Diop, pero también en el de Akerman (en News From Home o No Home Movie), pasa además por la expresión de una profunda e inquebrantable conexión identitaria entre madres e hijas que lleva, incluso, a la confusión y fusión entre unas y otras.

El triste fallecimiento de Carlos Saura ocupa asimismo algunas páginas indispensables de nuestro número de marzo. A su trayectoria dedicamos varios textos que colaboran a resituar la obra de un “cineasta imprescindible en el devenir del cine español”, en palabras de José Enrique Monterde, por mucho que “su presencia en el presente se fue desvaneciendo, algo lógico dada su longevidad vital”. Su última película, el documental Las paredes hablan –cuyo estreno se produjo apenas una semana antes de su muerte y cuya reseña crítica apareciera en nuestro número de febrero– nos conecta de hecho con el espíritu de un cineasta que fue también escritor, fotógrafo, director teatral y gran conocedor musical. Precisamente la relación de su cine con la música, pero también su amistad y admiración por Luis Buñuel o la recuperación en Blu-ray (en su versión completa) de un film cardinal como La caza (1966) dibujan el particular recorrido que, también en forma de homenaje, dedicamos al cineasta. Y mientras, otra desaparición, la de Agustí Villaronga, nos permite cerrar el itinerario de este número a través del retrato, el que Pilar Pedraza dedica a su amigo, de un cineasta que, en su heterodoxa y poliédrica mirada hacia el mundo, fue capaz de generar universos en los que, precisamente, la distancia entre el ‘bien’ y el ‘mal’, víctima y verdugo, lo inquietante y lo turbador, no se jugó nunca en términos de moralidad.

Jara Yáñez