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Primer largometraje de Elena López Riera, El agua viene a desmentir airosamente, antes que nada, la falaz división que suele establecerse entre cortos y largos. Pues los trabajos anteriores de la autora, ninguno superior a la media hora, no solo contenían buena parte de lo que propone esta nueva pieza, ahora de larga duración, sino que pueden considerarse como parte de ella, o al revés. No es lugar este para demostrar eso, pero sí para decir, como síntesis, que en la filmografía de López Riera no es que exista una progresión hacia la exposición detallada de lo que al principio eran apuntes, sino que todo forma parte de la misma obra, aunque se vaya filmando sucesivamente y con la apariencia de filmes distintos. Así, la acumulación de tramas y situaciones acaba provocando un desbordamiento en el que la realidad más pura toma la forma de una nueva dimensión a la que sería injusto y reduccionista calificar de ‘mágica’, pero que a la vez parece transitar caminos que pueden tener que ver con esa dudosa palabra. Pues bien, digamos que ese desbordamiento, por ahora, se titula adecuadamente El agua.

Crónica de un pueblo y de un grupo de amigas, mayormente centrada en una de ellas a su vez progresivamente unida a otro muchacho del lugar, El agua hace honor a su título cuando entran en escena mitos y leyendas de la región que relacionan a las mujeres con la aparición de corrientes e inundaciones, lluvias y tempestades varias. No se trata de convertir el realismo en fantastique, ni de transitar poco a poco hacia un universo inescrutable e inquietante. Lo que resulta en verdad fascinante de El agua es que realidad y mito no tienen fronteras que los separen o limiten, y que todo fluye como si la orografía geográfica y humana de esa región del Levante que el film explora con delicadeza no exenta de distancia fuera a la vez algo real e imaginado, y en cualquier momento un espacio pudiera ‘inundar’ al otro y viceversa. El agua es, en realidad, la propia película, sus imágenes y personajes. Y también la condición voluble de un país que repite una y otra vez sus errores, como si se tratara igualmente de una maldición: en el fondo, la zona explorada por López Riera es más un imaginario nacional que un espacio más o menos delimitado. No sé si El agua enlaza, de esta manera, con aquellos filmes que en la Transición se llamaron ‘metafóricos’, pero mi ignorancia no obsta para que la considere una película decisiva en muchos aspectos, una propuesta que puede suponer un buen revolcón para cierto cine español ‘nuevo’ que empezaba ya a hacerse ‘viejo’.

Carlos Losilla