Print Friendly, PDF & Email

Sandra (Léa Seydoux) es una madre joven, separada, que se encarga sola de su hija y que, mientras debe afrontar el proceso degenerativo de su padre enfermo, se reencuentra con un viejo amigo con el que inicia una historia de amor. Inspirada, como otras película de Hansen-Løve, en vivencias y acontecimientos de la vida de la cineasta (en este caso la enfermedad y la muerte de su propio padre), se trataba aquí de confrontar dos sentimientos opuestos, el duelo y la alegría, para hacer posible la coexistencia del dolor por la pérdida de un ser querido y de la felicidad por el encuentro con un nuevo amor.

Un Beau Matin se mantiene fiel, como decíamos, al universo de su autora y detecta los matices, los gestos y los efectos sutiles de todo ese recorrido emocional, inverso pero simultáneo, a través del acercamiento honesto hacia los personajes y sus circunstancias. La película ofrece también ese juego de referencias literarias y filosóficas propio del consenso de la alta cultura (Thomas Mann, Kant o Kierkegard, en lo que será seguramente un homenaje a su propio padre) y una cuidada selección musical en la misma línea (de Schubert a Jan Johansson, un compositor sueco que Hansen-Løve descubre, precisamente, a través de Ingmar Bergman). La película profundiza también sobre asuntos como la memoria (la que precisamente está perdiendo su padre) y el legado, los miedos y la fragilidad, el amor y la muerte… Pero, efectivamente, Un Beau Matin aparece demasiado pegada a ese universo propio de la cineasta y, quizás por eso, se expresa discreta, en exceso académica o demasiado correcta. En cualquier caso, Un Beau Matin no es capaz de atravesar sus propios condicionamientos.

Jara Yáñez

Hay en la nueva película de Mia Hansen-Løve un deseo de atrapar el tiempo de la provisionalidad emocional y afectiva. Una joven traductora -Léa Seydoux- vive con su  hija de ocho años y su padre -Pascal Greggory-. Este ha vivido rodeado de muchos libros que se han convertido en sus huellas de memoria. El padre es víctima de una enfermedad neurodegenerativa y debe ser trasladado a un hospital y, posteriormente, a una residencia. Ella debe seguir avanzando en su trabajo, en el cuidado de su hija e intentar forjar un posible amor que la ayude a superar sus baches emocionales. Un encuentro con un joven físico -Melvil Poupaud- que lleva a cabo diferentes viajes de estudio le permite vivir una relación amorosa, pero con la certeza de que es provisional, casi clandestina y que quizás no irá a ninguna parte. El joven está casado, tiene hijos y no dispone de suficiente fuerza como para asumir la nueva situación y cortar con su vida pasada. Mia Hansen-Løve construye un relato a partir de los diferentes círculos, idas y venidas que marcan la existencia de unos personajes atrapados en su inseguridad vital, que también es una inseguridad generacional. El padre debe ser trasladado de una residencia a otra, su salud cada vez es más precaria y, de forma progresiva, ha perdido sus recuerdos. La relación amorosa parece que acabara interrumpida, pero los dos amantes se quieren y desean retomar su relación para después dejarla. La fragilidad del padre se acentúa, la incertidumbre amorosa aumenta. Mia Hansen-Løve establece un relato emotivo y triste sobre las dependencias afectivas y filiales. El resultado es una película sencilla, más transparente que La isla de Bergman, marcada por la búsqueda de un tono justo que otorgue al relato una cierta verdad interior.

Àngel Quintana