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Carlos F. Heredero.

La muerte de Jonas Mekas coincide en nuestras páginas con el estreno de la nueva película de Clint Eastwood (Mula). Aparentemente, nada o muy poco podría relacionar a un contumaz outsider, militante del cine de vanguardia y forjado a extramuros del sistema, con un cineasta de Hollywood, amamantado a los pechos de la gran industria, dos veces ganador del Oscar y convertido en una institución nacional.

Se diría que Eastwood y Mekas ofrecen dos caras, dos vertientes antagónicas del cine norteamericano, pero en realidad –sin que esto deje de ser verdad– los perfiles de ambos son bastante más complejos y, en cierta medida, también complementarios. Cada uno en su órbita (dos universos casi paralelos), han sido capaces de desplegar sendas trayectorias radicalmente independientes y personalísimas, no siempre conformes con lo que, desde sus trincheras respectivas, algunos esperaban de ellos en virtud de estrechos y dogmáticos cánones tan antagónicos como en realidad equivalentes.

La figura de Mekas se agiganta y nos alumbra desde la crítica, la teoría, el activismo, la programación, los archivos, las instalaciones museísticas y la práctica fílmica personal –fuera de toda normativa y al margen de estructuras industriales– en pos de la vida que fluye y que se escapa entre los nervios de los fotogramas, primero, y entre los píxeles digitales después. Su credo le llevaba a “cantar a aquellos que abrazan el fracaso social y diario para perseguir lo invisible, las cosas personales que no dan dinero ni pan, ni hacen historia contemporánea, historia del arte o de ningún otro tipo”, como decía en su ‘Antimanifiesto del centenario del cine’.   

La obra y la trayectoria de Eastwood son las de un silencioso y lacónico maverick empeñado en transitar un camino individualista que hunde sus raíces en los mitos de la América profunda y que se alimenta de ellos sin dejar de desvelar las contradicciones, las renuncias, los costes y la cara oculta de ese ‘sueño americano’ construido sobre la depredadora ‘moral del éxito’ del american way of life (trasfondo inequívoco de obras como Los puentes de Madison, Mystic River, Million Dollar Baby, Gran Torino, Mula…). Su credo no es teórico, no escribe ni hace discursos. No busca el arte y ninguna major le impone ningún proyecto. Solo filma de manera rápida y económica, lo más sintética posible, las historias en las que cree.

Mekas rebasó muy pronto los cauces y las fronteras del New American Cinema de los años sesenta, acaso demasiado estrecho para su irredenta libertad individual. Eastwood fue siempre un solitario y humilde francotirador en el New Hollywood de los setenta, atiborrado de ‘artistas’ dispuestos a imponer su marchamo por encima de todo. A su propia y diferente manera, uno y otro han hecho siempre la guerra por su cuenta, sin dejarse embaucar por cantos de sirena ni por tentaciones que les distrajeran.

Sus dos trayectorias nos enseñan que no hay una única manera de construir una obra sincera ni de ser fiel a uno mismo, y que el gran cine norteamericano recorre caminos diversos, pero convergentes en un mismo desideratum: la batalla por preservar a toda costa la libertad individual y la sinceridad del creador, sea en los autocomplacientes predios del cine independiente, sea entre las alambradas y las trampas de Hollywood.