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¿Puede convertirse el mito de Don Juan en una especie de reflexión sobre la pervivencia del amour fou en la sociedad actual? Para Serge Bozon, Don Juan no es el eterno seductor sino una figura compleja, un ser enamorado que busca un amor que no puede encontrar en ningún sitio. Bozon parte del Don Juan de Molière para contar la historia de un actor que ha perdido a la mujer que ama y que encuentra múltiples vestigios de su existencia en el rostro de todas las mujeres que se cruzan por su camino. Bozon mezcla los ensayos de la obra de Molière en un teatro de Normandía con diferentes reflexiones sobre la complejidad y la modernidad de un mito que se abre hacia muchas lecturas. La propuesta parte de un cierto radicalismo escénico que incluye una serie de números musicales con constantes idas y venidas entre los personajes como si estuvieran bailando eternamente un curioso ballet basado en la atracción y el rechazo. El gran problema de la película reside en el tándem de actores Tahar Rahim y Virginie Efira, que resultan excesivamente agarrotados para las libertades y salidas de tono que propone la película.

Àngel Quintana

Relectura posmoderna del Don Juan de Molière en clave supuestamente feminista y postMeToo, la nueva realización de Serge Bozon pone en juego varios planos diferentes de representación: la reflexión de un actor que ha perdido a la mujer amada y que cree encontrarla en todas aquellas con las que se relaciona, la propia escenificación teatral de la obra –delante y detrás del telón– y los fragmentos cantados que rompen con el (escaso) naturalismo del resto de las imágenes. Idas y venidas de unos registros a otros, saltos continuos de localizaciones y un juego adicional más (la idea de que una misma actriz, Virginie Efira, encarne a las diferentes mujeres de la historia) terminan por hacer más compleja, pero también más desarticulada, una película que no consigue en ningún momento armar un mecano mínimamente orgánico con todo ello. Ni Tahar Rahim, en el rol del protagonista, ni su partenaire femenina (los dos igualmente inexpresivos y agarrotados) logran inyectar algo de carne y de nervio a sus personajes respectivos, la puesta en escena es desangelada y primaria a más no poder y el conjunto acaba naufragando de manera estrepitosa…, a no ser, claro, que todos estos defectos y limitaciones se quieran ‘reinterpretar’ como opciones deliberadas por parte del cineasta (no faltará quien lo haga), lo que quizá permita leer la película como una ‘deconstrucción’ del mito que, por todo lo que aquí se indica, se traslada también a lo formal. El problema, sin embargo, es que, incluso en este supuesto, de la pantalla no emerge ningún sentido alternativo, ninguna forma estética convincente o rupturista, sino apenas fragmentos inconexos, planos mal encuadrados, diálogos dichos sin alma, rostros vacíos, frases mecánicas, escenarios filmados con desgana; en definitiva, una masa informe de signos opacos. Si en realidad se trataba de esto, misión cumplida.

Carlos F. Heredero