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La película del suizo Lionel Baier (tercera entrega de lo que será una tetralogía) parte de la crisis de migración que tuvo lugar en el Mediterráneo en 2014 (con la alusión a Alan Kurdi, el niño sirio que apareció ahogado en la orilla de una playa en Turquía, como imagen inicial), para narrar la historia de Nathalie (Isabelle Carré), una mujer que trabaja para la Unión Europea en un campo de refugiados en Sicilia, y su hijo Albert, activista de una ONG, con el que dejó de convivir hace ya muchos años y con el que se encuentra de manera fortuita. Y de este modo, toda la lectura política presente en La Dérive des continents se establece en paralelo al conflicto personal e íntimo de esta madre que decidió sacrificar la relación con su hijo para poder vivir su homosexualidad y dedicarse al trabajo.

En una compleja combinación entre drama y comedia que no siempre termina de encontrar el tono, la película, basculando en todo momento entre lo personal (la historia de madre e hijo) y lo social e histórico (la crisis de migración) sostiene una tesis de base que, en el fondo, todos conocemos, pero que Baier quiere traer al primer término: el sistema tecnocrático de la Unión Europea convierte a las personas en números y pierde su sentido de lo humano. “No es una imagen, es un lugar”, dicen en un par de ocasiones los personajes de la película. Una idea que encuentra su más poderosa representación simbólica a través de la visita de madre e hijo, en su proceso de reconciliación, al monumento de Gibellina, una ‘falsa’ ciudad que reconstruye en grandes bloques de cemento lo que fuera el emplazamiento original de aquella ciudad que quedó devastada después de los terremotos de 1968. En ese espacio abstracto (donde de nuevo aparece el recuerdo, ahora convertido en símbolo, de Alan Kurdi), se explicita la distancia y la frialdad que la burocracia impone sobre lo humano.

La Dérive des continents es una película inteligente, pero también excesivamente ambiciosa, a veces panfletaria y siempre muy preocupada por demostrar su perspicacia y agilidad a la hora de relacionar símbolos, elaborar referencias y encontrar recursos formales sorprendentes. Y al final, toda esa presunción, acaba por resultar no solo artificial, sino, lo que es peor, igual de alejada de lo humano, aunque lo intente, que el sistema que critica.

Jara Yáñez