“Hay que volver a las salas y a las aulas, llenar los festivales, compartir conocimientos…”, decíamos en nuestro editorial del pasado mes de mayo, cuando la primera y devastadora ola de la pandemia generada por la COVID-19 parecía que empezaba a remitir. Solo dos meses después, en nuestro número de verano, nos hacíamos eco de que las salas empezaban a “abrir progresivamente y a recuperar, poco a poco, su necesario diálogo con los espectadores”, pero ahora mismo, cuando se escribe este editorial a finales de octubre, todos los presagios más ominosos parecen amontonarse de nuevo sobre el paisaje de la exhibición en salas.
Los estrenos de las principales apuestas comerciales de la gran industria norteamericana, pero también algunas importantes obras de prestigio que generan gran expectación entre los aficionados (No Time to Die, Wonder Woman 1984, Soul, Fast and Furious 9, Mulan, On the Rocks, Mank, Nomadland…) han sido postergados provisionalmente hasta diciembre e incluso hasta la primavera de 2021, cuando no han sido ya reconducidos directamente a las plataformas online. Ante este paisaje, la expectativas de muchas salas de exhibición, de todos los países, se ven envueltas en una densa niebla que amenaza de forma literal la supervivencia de los cines más modestos e incluso de algunas grandes cadenas multinacionales.
En esta coyuntura, potenciada por los confinamientos sanitarios, algunas de las majors más poderosas avistan la posibilidad de ‘puentear’ al sector de la exhibición y de llevar sus productos directamente a su propia plataforma (Disney, Netflix…), en busca de un modelo de explotación en el que todos los beneficios sean para ellos. En el horizonte resucita el fantasma del viejo sistema del Hollywood clásico, cuando las tres ramas de la industria (producción, distribución y exhibición) estaban bajo el control monopolístico de las mismas empresas hasta que una histórica sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos –en un proceso contra la Paramount– obligó a los grandes estudios, en 1948, a desprenderse de sus empresas de distribución y exhibición.
Entre tanta niebla y oscuridad, algunos destellos de luz luchan por abrirse paso, romper esta dinámica, apostar por otras alternativas de exhibición y buscar a espectadores que puedan estar interesados igualmente por otros modelos de cine. En este número de Caimán CdC ponemos en valor algunos de estos ejemplos, tan plurales en lo creativo como diversos en los canales de su difusión. Es el caso de El año del descubrimiento, la película de Luis López Carrasco que llegará a pequeñas salas tras su estreno español en el Festival de Sevilla; de Ondina, la nueva realización de Christian Petzold, que hará el mismo recorrido; de la monumental City Hall, de Frederick Wiseman, que se estrena en el ZINEBI bilbaíno, donde también se podrán descubrir los documentales de Luc y Jean-Pierre Dardenne, totalmente inéditos en España hasta ahora, igual que sucede con la obra de la italiana Cecilia Mangini, felizmente rescatada por el certamen hispalense.
Aprovechemos la ocasión todos, los espectadores y muy especialmente los exhibidores, porque encadenarse exclusivamente a la producción de las majors puede no ser otra cosa que apostar por la propia muerte del negocio. Ahí afuera hay mucho buen cine esperando una oportunidad. No la dejemos escapar.