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Último cortometraje de Estíbaliz Urresola Solaguren, estrenado en la Semaine de la Critique del último Festival de Cannes, Cuerdas recurre al realismo de inspiración documental para contar la peripecia de Begoña, que vive en un pueblo vasco castigado por la presencia siempre humeante de una refinería, culpable de una contaminación que no cesa, y cuyo hijo se ve acosado por una enfermedad incurable causada a su vez por esas mismas circunstancias. El discurso del film es implacable, expandido metafóricamente al coro de la tercera edad en el que canta la protagonista, que debe decidir si acepta o no la subvención que la empresa infame quiere otorgarle, con la consiguiente división de opiniones. Pero el desarrollo es algo formulario, parte de hechos reales y transita hacia la ficción obedeciendo sin demasiadas resistencias el modelo realista que se está imponiendo en ciertos sectores de las últimas generaciones de cineastas españoles –tema políticamente comprometido, escenas dispersas que se mueven en el terreno de un relato siempre dubitativo, búsqueda de la complicidad de la audiencia…– y sin cuestionarlo un ápice, lo que termina lastrando incluso las buenas intenciones políticas del film: ¿es posible hablar del neocapitalismo sin plantearse cómo filmarlo? En este sentido, lo mejor de Cuerdas son esas tres o cuatro imágenes, alguna de ellas recogida desde un móvil, que muestran las chimeneas asesinas vistas como si se tratara del mismísimo infierno.

Carlos Losilla