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Segundo largometraje de Thomas Salvador, tras Vincent n’as pas d’écailles (2014) y ocho años de silencio, La Montagne mezcla realismo y fantasía con los mismos resultados. Esta historia sobre un ejecutivo que abandona su trabajo de la noche a la mañana para lanzarse a recorrer montañas y valles suizos, en busca de no se sabe muy bien qué, podría inscribirse así en la ilustre tradición de la crítica social a partir de la descripción de un burn out. Pero la película es otra cosa, digamos que la metamorfosis ‘real’ de un tipo que, en contacto con los misterios de la naturaleza, acaba integrándolos ‘físicamente’ en su persona, en su cuerpo. Salvador, sí, recurre a la elipsis para evitar dar demasiadas explicaciones sobre el pasado o las motivaciones del personaje, es decir, lo da todo por sentado. Nunca se nos dicen las razones concretas de ese cambio repentino, las suponemos o adivinamos a partir de lo que ya hemos aprendido de ese tipo de películas sobre la alienación y el subsiguiente abandono de la vida social. Y, sin embargo, esa trama existencialista poco a poco va revelando su verdadero revés…

Pierre no es el típico representante de la sociedad de consumo que de pronto despierta a la vida, sino alguien que va descubriendo una vocación que consiste en renunciar a su apariencia para adquirir otra. Esta es más una película sobre la adquisición de unos ‘superpoderes’ que acerca del mundo y su deriva, todo ello mezclando el género y el discurso político, una tendencia que está adquiriendo una cierta relevancia en ese cine francés que va desde los hermanos Boukherma de Teddy hasta Gagarine, de Liatard y Trouilh. No obstante, conseguir salir airoso en ese terreno necesita constancia y tesón, mientras que Salvador se pierde en zonas un tanto resbaladizas de las que le resulta difícil salir, como le ocurre a su personaje. Por una parte, las escenas sobre las mutaciones del glaciar, sobre la luz y el color, son bellas, pero un tanto ilustrativas, más que discutibles morceaux de bravure. Por otra, las que incluyen a la mujer que conoce el protagonista en su particular viaje, o aquellas en las que quiere seguir una trama más convencional a partir de su familia o su trabajo, son tan rutinarias como mortecinas. Y es en esa tesitura donde La Montagne se revela un film mucho más convencional de lo que parece, una ruptura con determinados modelos que nunca consigue romper consigo misma, y eso que a veces parece pedirlo a gritos.

Carlos Losilla