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El cine de Valeria Bruni-Tedeschi es siempre capaz de lo mejor y lo peor, de presentar ideas deslumbrantes que se desmoronan al poco tiempo de cobrar vida en pantalla o de empezar en lo más bajo e ir subiendo lentamente hacia cimas impensables al inicio, por mucho que nunca haya conseguido logros de verdadera enjundia. Pues bien, en este sentido, quizá Les Amandiers sea su mejor película hasta la fecha, por lo menos para quien escribe estas líneas, precisamente por llevar la segunda de esas opciones hacia límites que ni Es más fácil para un camello… ni Actrices, que hasta el momento me parecían sus films más sugerentes, se habían atrevido a explorar. Por un lado, Les Amandiers vuelve sobre el tema del teatro y de la interpretación, dejando a un lado la vertiente de psicodrama familiar que igualmente recorre su cine. Por otro, lo aborda desde un punto de partida fascinante: no tanto la confusión entre la vida y la ficción, entre la realidad y la representación, como la idea de que el teatro forma parte de la vida de tal manera que a veces acaba convirtiéndose en su esencia, de que los actores solo pueden ser actores y no otra cosa incluso en su cotidianeidad, no de que viven para actuar sino de que viven actuando y modificando así la realidad, algo que se puede extender también a su audiencia y que Bruni-Tedeschi utiliza para construir su film.

La excusa es la escuela de interpretación del Théatre des Amandiers en la época en que lo dirigió Patrice Chéreau, al que aquí da vida Louis Garrel. Y la trama se articula alrededor de unos cuantos actores y actrices jóvenes que son admitidos allí, de las relaciones que se entablan entre ellos y del montaje que preparan, una adaptación del Platonov de Chejov. Nada nuevo, pues, que este subgénero del teatro dentro del cine no haya explotado antes. Poco a poco, no obstante, este esquema se va haciendo cada vez más delirante y consigue que, cuando Bruni filma la realidad, esta se transfigure en un delirio más digno de un melodrama desatado o de un musical que de una película nostálgica, que es lo que en principio parece. Escenas como la de la sobredosis en el restaurante o la espera de los resultados de unas pruebas clínicas en una cabina telefónica (¡) se convierten así en momentos bigger than life que trascienden cualquier otra consideración, que llevan la película a extremos tan aberrantes como fascinantes, por lo menos para quien quiera verlos. Les Amandiers seguramente quería ser una crónica de finales de los años 80 desde una perspectiva autobiográfica (Bruni aprendió con Chéreau), del advenimiento del SIDA y la década siguiente como cierre de etapa histórica, pero finalmente es más bien un pequeño tratado sobre la representación cinematográfica, sus relaciones con el teatro y eso que llamamos “realismo”. No sé si a Jean Renoir le hubiera gustado, pero, por lo que respecta a este crítico, puedo decirles que ha empezado odiándola y ha terminado con una indefinible sensación de desconcierto, algo que cada vez aprecia más en el cine de ahora.