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Carlos F. Heredero.

El año pasado eran tan solo una promesa en rodaje, pero ciertamente no una promesa cualquiera. Por eso alertábamos ya (Cahiers-España, nº 27; octubre, 2009) sobre los proyectos puestos en marcha por José Luis Guerin, Isaki Lacuesta, Daniel Villamediana, Agustí Villaronga, José María de Orbe, Agustí Vila y Lluís Galter. Ha pasado un año y todos ellos están, o acaban de estar, en la primera línea de los más importantes festivales internacionales. Villamediana en Locarno (La vida sublime), Vila en Karlovy Vary (La mosquitera, Gran Premio del certamen), Galter en Venecia (Caracremada), Villaronga, Orbe y Lacuesta en San Sebastián (Pan negro, Aita, La noche que no acaba), Guerin en Venecia, Toronto y San Sebastián (Guest). Y en esta nómina es preciso integrar también a Oliver Laxe (Todos vós sodes capitáns, premio FIPRESCI en la Quincena de Cannes), el tándem Judith Colell/Jordi Cadena (Elisa K, presente en Donosti), más dos nuevos valores que surgen de las escuelas de cine: de la ESCAC (Elena Trapé, realizadora de Blog, en San Sebastián) y de la ECAM (Cristina Molino, cuyo cortometraje ¿Te vas? ha recibido una mención especial del jurado joven en Locarno).

Así que estamos ante un fenómeno ciertamente singular, en virtud del cual un amplio y heterogéneo abanico de cineastas y de obras heterodoxas (alejadas por lo general de los consensos tradicionales en el ámbito de la creación fílmica) empieza a ser reconocido como la representación más valiosa y más contemporánea del cine español en los foros y en los encuentros más respetables de todo el mundo, incluidos los españoles. Y esto no deja de ser una feliz novedad, sobre todo teniendo en cuenta el recelo y la desconfianza con los que todavía se observa –desde numerosas atalayas oficiales, industriales y mediáticas– a una práctica y a una concepción del cine más interesadas en dar cuenta de las tensiones del presente y en explorar las potencialidades del lenguaje audiovisual que de asentarse como referencia del cine mainstream.

Cabe preguntarse entonces razonablemente qué está ocurriendo para que, en el momento actual, el cine español que despierta el interés de los festivales y de la crítica internacional lo haga bajo la bandera de ese “gesto de rebeldía”, pero también de humildad frente a la prepotencia del entorno (Carlos Losilla dixit) que permite alentar nuevas esperanzas. Un cine que ha empezado a desplazar, con progresiva firmeza y con pocas excepciones (Almodóvar, Coixet y Amenábar en Cannes 2009; Álex de la Iglesia en Venecia 2010), a la producción de qualité auspiciada por las instancias oficiales, por nombres de prestigio y por la industria más asentada.

Se diría que vivimos un período de precariedad económica y desconcierto institucional: coordenadas inequívocas de una crisis de identidad, de una coyuntura que las fuerzas creativas más vivas se muestran dispuestas a aprovechar para avanzar por caminos no convencionales, para explorar con libertad aquellos territorios que sus mayores desprecian o para lanzarse con radicalidad (pese al repliegue de la industria y de las televisiones) a esas aventuras que otro contexto de mayor consolidación industrial y académica quizás no hubiera permitido. Se diría que vemos los frutos de un taller de creación en el que se viene incubando un poliédrico abanico de opciones que exploran los márgenes más inseguros y estimulantes, las fronteras estéticas y lingüísticas más arriesgadas. Un taller en el que trabajan también de forma silenciosa y ex-céntrica, pero fructífera, los realizadores jóvenes, libres y heterodoxos de los que se ocupa nuestro segundo dossier sobre los cineastas españoles de hoy, en las últimas páginas de la revista. Ocho cineastas en el Gran Angular y ocho cineastas en Itinerarios. Son dieciséis realidades del presente y otras tantas apuestas de futuro. Una encrucijada vital para el cine español.