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Carlos F. Heredero.

A propósito de la famosa polémica teórica entre Éric Rohmer y Pier Paolo Pasolini (Cine de poesía contra cine de prosa; Ed. Anagrama; Barcelona, 1970), organizada en torno a la ponencia presentada por el cinesta italiano en el Festival de Pésaro de 1965 y a la entrevista-respuesta con el director francés, publicada en noviembre de ese mismo año por Cahiers du cinéma (nº 172), su editor y traductor al español, el añorado cineasta y teórico Joaquín Jordá, trazaba una lúcida reconsideración: “Nada más lógico que Pasolini, que llega al cine a partir de una copiosa, elaborada e incluso interesante obra literaria y ensayística, vea en él algo parecido a una culminación teleológica de su itinerario creador y entone ante la cámara y la película un conmovedor y apasionado ‘¡Thalassa, Thalassa!’…”. Para Jordá, Pasolini “aborda el cine con todo el rigor intransigente y puritano del neófito, o del converso, sin poder prescindir, no obstante, de unas secuelas de fidelidad a una historia personal de intelectual riguroso que le lleva a revestir el nuevo medio de expresión con toda clase de galas culturalistas”.

Resulta esclarecedor recordar ahora aquella perspectiva del director español sobre la obra de Pasolini en el momento de retomar –con motivo del cuarenta aniversario de su muerte– el cine y la memoria de una figura tan calidoscópica como la de este último, porque sin duda nos ayuda a entender mejor el fructífero encuentro que se produce en la mayoría de las imágenes filmadas por Pasolini entre la herencia literaria, el sustrato poético, el alimento de los mitos clásicos, la vocación ensayística, el compromiso cívico y la naturaleza profunda del cine, al que el cineasta de Bolonia considera un medio de expresión implantado sobre “un instrumento lingüístico de tipo irracional”, lo que para él explica “la profunda calidad onírica del cine, y también su absoluta e imprescindible concreción, digamos, objetal”.

Y es en concreto ese choque entre la inevitable concreción física de las imágenes y lo que Pasolini considera “el elemento fundamentalmente irracional del cine, que no es eliminable” el que engendra no solo su dimensión poética, sino también la ambivalente y siempre compleja naturaleza de las creaciones fílmicas de un creador imprescindible para entender no solo las derivas del cine de la modernidad, durante los años sesenta y setenta del pasado siglo, sino también el contexto histórico, social y cultural de aquella época en una Europa a la que el intelectual Pasolini supo diagnosticar –con sabio instinto visionario– muchos de los males que todavía hoy la amenazan. Pero ese es un choque de profundas resonancias y de múltiples implicaciones, un encuentro estético y cultural que nos obliga a contemplar la obra entera de Pasolini (la literaria, la poética, la teatral, la cinematográfica y la ensayística) con una perspectiva global que forzosamente debe intentar escapar de todo reduccionismo esencialista o fundamentalista.

Con ese espíritu y con nuestras humildes fuerzas nos acercamos pues en este número de Caimán CdC a una figura que sabemos ciertamente inabarcable, pero siempre enriquecedora.