00Parafraseando al visionario vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, con determinadas películas cabe preguntarse si quieren ser virus o vacunas. Si le planteamos tal dilema al segundo largometraje del japonés Akio Fujimoto, es muy probable que no encontremos respuesta. Nada se le puede reprochar a Along the sea, el retrato de tres jóvenes mujeres vietnamitas que entran ilegalmente en Japón para buscar trabajo, en principio como limpiadoras, pero que acaban limpiando pescado y viviendo en un almacén muy poco acogedor en una pequeña localidad pesquera cubierta siempre por la nieve. Uno puede temer por algún giro tremendista en la historia, pero Fujimoto lo esquiva con elegancia: el destino de las tres chicas ya es duro de por sí como para enviarlas al infierno de la prostitución o algo por el estilo. El único giro dramático es que una de ellas descubre que está embarazada y comienza a sentirse mal. Sin documentación, sin seguro médico, ese es el gran drama.

La historia tampoco se propone avanzar mucho más allá. La cámara, la forma de enfrentarse a los personajes, es la de los Dardenne, como tantas y tantas películas de cualquier latitud que hoy quieran abordar algún tipo de problema social, cualquier forma de desarraigo. Sin embargo, Fujimoto dilata mucho más las escenas, atiende más a lo concreto y, menos preocupado por la progresión del relato, resulta mucho menos elíptico que el cine de los autores de Rosetta. Eso sí, uno de los grandes hallazgos de su película es su escenario, ese pueblo pesquero que parece el lugar más inhóspito para tres chicas procedentes de un país tropical. Pero en ese quedarse en una tierra de nadie, en una especie de limbo, subyace un molesto conservadurismo, un cineasta que demuestra su pericia caligráfica pero que no se quiere arriesgar por senderos desconocidos, ni virus ni vacuna. Eso que en tiempos se denominaba un mundo propio.