Situado estratégica y comprensiblemente ‘fuera de concurso’, este inesperado cambio de registro en la filmografía del autor de Mad Max se adentra no por el territorio del ‘fantástico’, sino en el campo de lo ‘maravilloso’, si seguimos la pertinente taxonomía de Gérard Lenne. Su versión del genio de la lámpara que concede tres deseos a quien lo saca de su encierro no tiene como protagonista al Aladino de Las mil y una noches, sino a una madura profesora de narratología interesada por las relaciones entre la mitología y la ciencia (Tilda Swinton, más distendida y humana que otras veces), sorprendida aquí por la aparición de un mágico Djin (Idris Elba) dispuesto a concederle lo que más pueda desear, pero también a contarle toda la historia de su ajetreada existencia, saliendo y entrando del frasquito a través de los siglos. Salomón y la reina de Saba, las intrigas del imperio otomano y amores exóticos entre seres reales y criaturas del universo mágico se despliegan por la pantalla no con la paleta sensible y con la imaginación de Michael Powell y Emeric Pressbruger, sino con el sabor de un carísimo péplum de estética kitsch a punto siempre de quedarse en lo meramente hortera. La grandilocuencia escenográfica de la propuesta sofoca toda posibilidad de encantamiento real dentro de un film que necesitaba justamente lo contrario. Para empeorar las cosas, el retrato de la narratóloga termina por invertir su propuesta de partida (una soledad decidida y autoasumida), para caer en el cliché de la mujer solitaria que confiesa su necesidad de compañía. El debate final entre la ciencia que toma el lugar de los mitos para que los hombres y mujeres puedan explicarse el mundo a sí mismos le queda demasiado grande a una superproducción que corre el riesgo de quedarse en tierra de nadie, a medio camino entre la película familiar y la filosofía del Reader’s Digest. El fracaso bordea el ridículo, pero se queda en simplemente suicida.
Carlos F. Heredero
Hace unos cuantos años, la aparición del libro La semilla inmortal de Jordi Balló y Xavier Pérez transfiguró el ámbito de los estudios fílmicos para situarnos de lleno en algunos debates que hacía años que existían en la literatura. Partiendo de la Morfología del cuento de Vladímir Propp intentaban buscar la raíz de los relatos universales, de aquellas historias que se repiten en todas las ficciones y cuyas ramificaciones nos han transportado hacia las múltiples variantes del conocimiento mítico. Alithea Binnie -Tilda Swinton- podría ser compañera de viaje de los autores del libro. Ella es profesora de narratología y está preocupada por encontrar el punto de partida común de todos los relatos y no cesa de reivindicar la historia de los mitos frente al conocimiento científico. George Miller -el director de la saga Mad Max- toma la búsqueda de la semilla inmortal como precedente para construir su peculiar versión de Las mil y una noches. Alithea compra un frasco en el bazar de Estambul y de su interior surge un genio que le propone, como debe ser, que pida tres deseos. Primero, el genio le cuenta las diferentes versiones de su vida anterior, antes de ser encerrado en el frasco y arrojado a las aguas del Bósforo, para ser resucitado y vivir sus peculiares historias de amor. George Miller parece encadenar con las producciones de Alexander Korda de los años cuarenta mientras reconstruye la historia de Salomón y la reina de Saba, avanza por el tiempo diseñando péplums exóticos con estética kitsch y algunos efectos especiales. Las viejas películas de María Montez quedan cortas ante los delirios de exotismo grandilocuente de Miller. La propuesta es curiosa y suicida. Miller propone un homenaje a los relatos universales y a sus formas de propagación, y para rodarlo decide jugar con el mayor tren eléctrico del mundo. Mientras en la primera parte es el genio quien toma la palabra, en la segunda la profesora ha de materializar sus deseos para dejar vivir al genio. En estos momentos se abandona el juego con los géneros para acabar construyendo una fábula amable y tierna sobre la vigencia del mito en un tiempo en que la ciencia parece dirimir la verdad del mundo.
Àngel Quintana