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La ópera prima de la conocida actriz argentina Dolores Fonzi es una comedia enérgica, tierna y sin complejos tan clásica y pegada a su elaborado guion como desenfadada en su forma de expresar un optimismo contagioso. Hasta seis son las canciones del grupo neoyorquino Blondie (concretamente del disco en el se incluía su éxito María) que pueden rastrearse en la banda sonora de esta cinta, de título fonéticamente homónimo al de la mencionada banda de new wave.

La elección musical no es caprichosa ni anecdótica. Más allá de hablar del apodo y color de pelo de la vivaz protagonista, las canciones son una vuelta a su pasado y una muestra de su eterna conexión con esa época de profunda libertad del personaje principal. Esa es la esencia de Blondi, una mujer (interpretada por la propia Fonzi) que ha criado a su hijo Mirko sin pareja, pero con la ayuda de su madre: otro personaje bombón que también huye de dramas y estereotipos. Ambas, profundamente jóvenes en ideas, espíritu y forma de entender la vida, han creado un hogar libre en el que el hijo disfruta de una complicidad absoluta, sana y sin dobleces. A través de situaciones cotidianas, y sin moralismos, el film habla de la profundidad de los vínculos y busca sonreír a los problemas teniendo tiempo además para jugar (todo en la cinta tiene aire de juego) con pequeños guiños a otros géneros colocados por pura diversión.

Blondi fuma porros, va a comprarlos junto a su hijo, sale de fiesta con él y tiene toda la confianza para confesarle, desde la más absoluta naturalidad, hasta esa dura historia de cuando intentó abortar, obviamente sin éxito. Su hijo, que es realmente alma gemela y mejor amigo, responde ante la sorprendente revelación: aborto mal hecho, sería un nombre perfecto para un grupo punk”. No puede haber respuesta más empática que la que se hace desde el humor. Esto se suma a una fórmula cinematográfica que, pese a su liviandad, mira al futuro, al paso del tiempo, y a las etapas vitales sobre todo femeninas, con ternura y positividad.

Blondi es una película de actores, de diálogos y de búsqueda de registrar verdad para, primero, hacer sonreír, y luego una vez reposada la película, hacer pensar también (por qué no) sobre lo que se ha sonreído. El film se torna en otra de esas miradas hacia la identidad argentina que hablan del valor de la libertad y del arte, y que, por otra parte, se enfrentan ahora a la injusta incertidumbre ante el futuro de una industria del cine argentino, en total interrogante, ante el ascenso en el país de una terrorífica ultraderecha política. Raquel Loredo