Print Friendly, PDF & Email

Un cuento moderno en el que no todas las decisiones cinematográficas acaban de encajar pero que rezuma respeto y genuino amor por la relación materno filial observada. En las pampas argentinas de la actualidad, una madre y su hija viven solas en una mansión en decadencia, pero con aire de castillo bohemio. Martín Benchimol crea con madre e hija, Justina y Ale, una película que lleva su verdadera cotidianeidad a la pantalla. La observación del espacio de intimidad de ambas, más el montón de animales que completan su pequeña familia, explora temas como el aislamiento y la diferencia de clases. Justina no quiere transformar ni vender su enorme casa, golosa propiedad para convertir, por ejemplo, en un hotel rural o en algún tipo de explotación semejante. Esta propiedad ha llegado a sus manos como herencia procedente de su antigua empleadora. Con estas cartas El castillo, una coproducción de Argentina, Francia y España, reflexiona sobre qué hacemos con nuestros legados y lo hace en un tono siempre amable y carente de dramatismos forzados.

En el lado de las decisiones menos acertadas está el uso efectista del sonido que, si bien en primera instancia resulta un buen golpe de efecto, al final termina por no redondear su intención de convertir las imágenes en una curiosa fábula sinfónica. Y es que algo falta para rematar la uniformidad del constructo. Pese a esto, y a que la aproximación documental con fórmulas propias de la ficción sea muy interesante, al final se le ven las costuras de algunas partes del film. Se llega a adivinar, por ejemplo, en qué momentos de los rodados se está ficcionando la realidad y en cuáles, sin embargo, se hace gala de una verdad mucho más brillante y tangible. La propuesta de Benchimol, en cualquier caso, juega con mucho valor y hace gala de momentos puntuales de revelador buen gusto. Raquel Loredo