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De la mina al call center
Asier Aranzubia.

Entre los días 25 y 30 del pasado mes de octubre, se celebró la edición número veinte del Festival Internacional de Cine Documental de Ji.hlava (República Checa). Como no podía ser de otra manera, la efeméride hizo casi obligatorio que el festival mirara para atrás e hiciera balance.

Lo que empezó siendo un festival prácticamente amateur, en una pequeña localidad del centro de la República Checa, impulsado por un grupo de amigos y con una única sala de proyección, se ha convertido, veinte ediciones después, en un referente del cine documental no sólo para los cineastas y el público (cada vez más numeroso) de la República Checa sino también para el de otros países del centro y este de Europa. De hecho, tal y como reconoce Marek Hovorka (Director del Festival desde que nació) Ji.hlava quiere contribuir a la articulación de un espacio cinematográfico común (hecho de sinergias entre instituciones públicas, fondos de financiación, festivales, etc.) para el centro y este de Europa. Según Hovorka, su pretendida zona de influencia es “un territorio muy fragmentado donde, a lo largo de los últimos veinticinco años, lo que ha primado ha sido la defensa a ultranza de las cinematografías nacionales sin pensar en los lazos culturales que las unen”. Es ese deseo de servir de cauce a un proyecto más amplio lo que explica algunas de las iniciativas más interesantes que ha desarrollado el certamen en los últimos años, tales como la alianza de festivales centroeuropeos Doc-Allianze o la plataforma de distribución online de documentales DA-Films, que en la actualidad cuenta ya con más de 1400 títulos.

En cuanto a la programación, el festival cuenta con tres secciones competitivas: una centrada en los documentales checos, otra en documentales provenientes de Europa central y del este y una tercera, llamada Opus Bonum, que acoge trabajos de otras partes del mundo. Dentro de esta última categoría, una coproducción española, dirigida por Aitziber Olaskoaga, y centrada en las dinámicas de trabajo en un call center de Nike, se alzó con una mención especial del jurado. La sonrisa telefónica (2016) es un documental observacional construido básicamente a partir de la concatenación de planos de la larga duración de los espacios impersonales de un call center sobre los que se insertan (un poco a la manera de Los Hijos en Los materiales) las conversaciones de whatsapp que la propia realizadora (empleada a su vez del call center) mantiene con sus amigos. El film de Olaskoaga es, en cierta medida, un buen compendio de algunas de las imágenes y temas recurrentes que, a juzgar por lo visto en Ji.hlava, interesan a los nuevos documentalistas del siglo XXI: desde la reproducción insistente del interfaz de un ordenador hasta el retrato de la creciente precarización de las condiciones de trabajo en la llamada era post-industrial pasando por las (parece que inevitables) referencias a la multiculturalidad propia de un mundo globalizado. Por ejemplo, en las secciones no competitivas (como la dedicada a la producción documental reciente de Turquía) pudieron verse otros filmes –tal sería el caso de Callshop Istanbul (Sami Mermer, 2015): mucho más previsible en su planteamiento que la anterior– en los que el call center se convierte en una suerte de espacio emblemático de la globalización.

De entre la ingente oferta de secciones paralelas que ofrece Ji.hlava, cabe destacar dos: la dedicada a los programas para la televisión que firmó Eric Rohmer en los sesenta después de abandonar la dirección de Cahiers du cinéma y la retrospectiva consagrada a la obra de Bill Morrison. De entre lo visto en la primera destaca el excelente documental a propósito del cine de los Lumière construido a partir de una larga conversación entre dos figuras esenciales del cine francés del siglo XX como son Jean Renoir y Henri Langlois. Antes que el discurso, lo que llama poderosamente la atención en Louis Lumière (1968) es la manera en que los cuerpos del cineasta y del programador interpelan a la cámara… La forma en que Langlois sujeta su cigarrillo, el timbre de la voz de Renoir… Al igual que todas y cada una de las personas que comparecen en las películas de Lumière, los cuerpos de Renoir y Langlois son, para los ojos del espectador contemporáneo, huellas de una ausencia. Visto hoy, el documental de Rohmer tiene algo de monumento funerario en honor a la historia del cine francés… Pero las momias de este cementerio del cinematógrafo son momias peculiares; son, como decía Bazin, momias que llevan incorporado el movimiento: es decir, momias del cambio. Y ya que hablamos de mausoleos, The Minner’s Hymns (Bill Morrison, 2011) tal vez sea el más bello film documental consagrado al recuerdo de una clase, también, desaparecida. Al igual que los cuerpos de los maestros del cine francés, los de los mineros que pueblan el elegíaco found footage de Morrison son cuerpos embalsamados de un mundo que ya no existe más. A tenor los de visto y oído en Ji.hlava, los call center del siglos XXI son los yacimientos mineros del XX.