Con la imprescindible y valiosa presencia de Santiago Racaj al mando de una cámara tan silenciosa como incisiva, La consagración de la primavera coloca sobre la pantalla una intensa radiografía del dolor y de la enfermedad –física y emocional– capaz de extraer luz y humanidad bajo los pliegues más desgarradores de los oscuros desafíos a los que se enfrentan sus personajes. En este caso, un joven paralítico cerebral (David) y una adolescente que se busca a sí misma entre la niebla de la represión sexual y religiosa (Laura). Con estos mimbres, y a despecho de todos los peligros que entrañaba semejante desafío, el cineasta consigue dar un importante paso adelante en su filmografía con una obra igual de rigurosa que La herida, pero sucede que esta vez, entre sus largos planos secuencia, en las hendiduras que los unen y a la vez los separan, en el temblor de su cámara (siempre a la distancia adecuada), circula y vibra algo más de aire, y también algo más de luz en términos dramáticos.
Cineasta del plano secuencia y de un rigor extremo en su découpage, Fernando Franco vuelve a proponer aquí una nueva disección, a la vez analítica y escrupulosamente conductista (nada sabemos del pasado de su protagonista, y no hay tampoco ninguna concesión al psicologismo explicativo) de unas criaturas a las que su cámara consigue extraer pliegues insospechados de su intimidad no siempre cómodos ni precisamente reconfortantes. De ahí que nos enfrentemos a una propuesta que desafía con valentía la premisa apriorística en la que uno puede tener la tentación de instalarse. Podría pensarse que estamos ante una historia en la que una joven estudiante universitaria se convierte, para conseguir algo de dinero, en retribuida asistente sexual de un paralítico cerebral que requiere ayuda para satisfacer sus necesidades. Pero lo que empezamos a preguntarnos, según avanza el metraje, es si David (aparente sujeto paciente de los ‘cuidados’ de Laura) no es realmente el sujeto activo de esta desigual relación y si acaso es Laura quien realmente necesita curar la herida emocional que lleva dentro. O, para decirlo de otra manera, en qué dirección circulan los afectos y las ayudas en este perturbador intercambio de roles. Preguntas incómodas que el espectador está obligado a hacerse y que el cineasta desliza con toda intencionalidad.
Por su rigor formal, por su honestidad en el retrato de los personajes, por la limpieza de su ejecución (sus formas parecen trazadas con tiralíneas, pero nunca ahogan la respiración vital de sus protagonistas), La consagración de la primavera es, para este cronista, la mejor película vista hasta el momento en la Sección Oficial de San Sebastián. Volveremos a ella con mayor detenimiento, y con una amplia entrevista a Fernando Franco, en nuestro número de octubre, a la venta el próximo viernes, 30 de septiembre, en todos los kioscos.
Carlos F. Heredero
Vista su nueva película, resultaría gratuito establecer similitudes entre Stravinsky y Fernando Franco (La Herida, Morir). La cinta no camina en esa línea. Si bien el film del cineasta sevillano deja también una sensación de intento de ruptura con lo establecido, igualmente es cierto que su composición cinematográfica no resulta en absoluto rompedora en cuanto a formas. En Franco el golpe de efecto está en tratar a sus personajes y sus conflictos sin tabúes, convencionalismos o clichés. Lo que Franco filma con naturalidad son principalmente dos jóvenes con dificultades para enfrentarse a su despertar sexual. Mucho se dirá sobre la frontalidad de Franco al enfrentar su argumento. El mismo incluye normalizar el sexo de un joven con parálisis cerebral o entender los problemas y las barreras psicológicas de una mujer tras una operación de reasignación de sexo. Pero lo realmente interesante del último film de Franco es el ballet de dudas que crea en la cabeza del espectador al intentar descifrar cuál es el verdadero tema dramático central de la cinta (¿la juventud, la soledad, la confianza en uno mismo tal vez? o ¿quizás la universal búsqueda y necesidad humana de aceptación?). Se podría decir que la elección queda abierta –opción siempre interesante, no masticarle todo a la platea– ya que el objetivo del director está lejos: esforzándose y consiguiendo abordar desde la total llaneza del que no juzga, una historia menos convencional por desgracia en el cine de lo que debería.
La consagración de la primavera de Franco (borren por favor este inicio de frase, y el chiste fácil posterior, de su mente) es inquietud y obra coreográfica emocional que huye de sensiblería, se queda con lo destacable y construye un final que plantea preguntas. Volviendo al paralelismo de títulos. Si a Stravinsky se le abucheó en su estreno en París por no entenderse entonces el objetivo, sentido o arte de su obra, a Franco en cambio se le vaticina una unánime aceptación por haber hilado una cinta cosida a base de empatía. Pero eso sí, también con el guion en primer plano.
Raquel Loredo
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Guión y comunicador: Diego Rufo
Imagen gráfica y técnico de grabación: Jaime Garzía
Producción de podcast: Iván Patxi Gómez Gallego
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