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En 2008, una película titulada Aquel querido mes de agosto diluyó hasta el límite las fronteras entre documental y ficción, una de las obsesiones de aquel “nuevo cine” que nació con el siglo. Su director se llamaba y se llama Miguel Gomes y reaparece ahora, trece años y algunas películas después, con un extraño artefacto de no menos misterioso título, Los diarios de Otsoga, codirigido por Maureen Fazendeiro. El enigma, sin embargo, es de fácil solución, pues “otsoga” es “agosto” al revés y tal juego lingüístico está en la base de este regreso al punto de partida que podría ser también un final de etapa: el film de Gomes y Fazendeiro es, en efecto, otro diario de la pandemia, pero con la particularidad de que también la acción se desarrolla de atrás hacia delante, empieza por el final y termina por el principio, como si el tiempo del coronavirus hubiera alterado igualmente el nuestro, ese que creemos vivir y experimentar cada día. Pero ¿se trata realmente de “acción” o estamos ante otra cosa?

En el fondo, Los diarios de Otsoga cuenta un rodaje, el de una película que hubiera podido ser de otra manera, quizá una adaptación de La bella estate de Cesare Pavese (como parece sugerirse en una escena), quizá un intento de convertir los tiempos muertos en un relato que no es tal, sino más bien un poema en prosa o una destrucción y reconstrucción de la puesta en escena de un film del que solo vemos su estructura, muy parecida a la “casa para mariposas” que levantan los personajes durante un par de los días relatados. Pues Fazendeiro y Gomes no proponen suspense alguno, ni la progresión regresiva de su película desvela nada importante que no sepamos al principio. Encuadrado entre una secuencia de apertura y otra de cierre que parecen extraídas de un musical pop, el film despliega múltiples rimas, repite palabras e imágenes, apunta posibilidades que no se resuelven, bordea géneros en los que jamás penetra y nos muestra esos ensayos como si se tratara de las piezas de una trama que nunca encontrarán una unidad. Y por mucho que prevalezca la idea de algo que empieza como una ficción claustrofóbica y termina filmando el trabajo en equipo que supone hacer una película, igualmente se tiene la sensación de estar ante un objet trouvé, un vacío llenado con imágenes que se han intentado ordenar de alguna manera y que finalmente, como sucede con la propia vida, se han revelado y adquirido su propia entidad por sí mismas. Puede que esta sea una película sobre nada, sin duda el objetivo último del cine, y entonces será precisamente eso lo que debamos celebrar.