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Abundan los nombres importantes en estos primeros días de la Berlinale, unos primeros días que representan el 50% de una programación ultraconcentrada y que no deja respiro. Y cuando digo importantes me refiero a cineastas reconocidos al menos en el circuito de festivales y que aparecen en distintas secciones: François Ozon inaugurando la Competición, Alain Guiraudie haciendo otro tanto en Panorama, películas de Peter Strickland y Bertrand Bonello en Encounters, Dario Argento en Berlinale Special… Aunque aún no he visto alguna de ellas, más que una crónica al uso o una evaluación del festival (algo para lo que ya habrá tiempo) lo que propongo aquí es una primera aproximación a tres películas que por distintas razones me han parecido muy importantes. Habrá una segunda crónica hacia el final del festival, pero por lo pronto les dejo con Claire Denis, Mitra Farahani y James Benning.

Las carreras de ciertos cineastas están muy ligadas a sus sucesivos guionistas, estableciendo las distintas etapas de sus carreras. Sucede con Philippe Garrel, por ejemplo, pero lo podemos ver ahora mismo con Claire Denis. Avec amour et acharnement es su segunda colaboración con la escritora Christine Angot después de Un sol interior, las dos protagonizadas por Juliette Binoche y centradas en la idea del amor, sus circunstancias y su significado. El material dramático de esta nueva película apenas apunta a un melodrama muy elemental, en el sentido de que es más la exposición de una situación que el desarrollo de la misma, como si la película se limitase a poner sobre la mesa unos personajes y un conflicto pero no se preocupase de hacerlo evolucionar, simplemente porque a Denis le interesan primordialmente algunos momentos muy concretos, también los cuerpos de sus intérpretes, pero parece que le aburriese contar una historia que es muy probable que ya se haya contado mil veces. Aquí tenemos a una mujer, Sara (Binoche), que ama a François (Grégoire Colin), pero que no puede vivir con él. En su día lo dejó para irse a vivir con Jean (Vincent Lindon), el mejor amigo de François y por culpa de quien, según parece, pasó varios años en la cárcel. Este pasado marca al personaje en sus intentos de rehabilitación, pero Denis no hace ningún esfuerzo por desvelarnos qué pasó. Le importa más Sara, que vive con Jean y en el fondo no lo ama. Este es su dilema: vivir con el hombre que ama o con el que puede vivir. Denis no nos lo cuenta, lo filma, que es lo importante. Filma la mirada de Jean cuando mira a Sara en la cama y el contraplano tembloroso nos muestra el hombro desnudo de la mujer a la que ama. Y, sobre todo, filma el reencuentro entre Sara y François, las miradas que se cruzan, los nervios de ese momento pospuesto desde hace años, el lento caminar del uno en pos del otro, las manos que se extienden, los cuerpos que se acercan, pese a que saben que no pueden estrecharse. Ahí también pesan los recuerdos y la presencia de Jean, al menos en ese primer momento. Sin embargo, no tardarán en superar esas barreras. El deseo es mucho más fuerte, un deseo que Denis ni siquiera tiene miedo de verbalizar. Lo expone Sara mirándose al espejo, diciendo en voz alta aquello que piensa, un recurso, admitámoslo, muy poco elegante, pero coherente con una película que no quiere andarse por las ramas, que quiere ir a lo importante: filmar el amor y que este se imponga incluso sobre las propias convenciones dramáticas.

El mejor cine es siempre aquel cuyas imágenes nos hacen temblar o reflexionar. En Á vendredi, Robinson, Mitra Farahani nos recuerda que fue Jean-Luc Godard quien introdujo el pensamiento en el cine. Quizás no sea del todo cierto, pero no es este el momento de discutirlo. En su película Farahani (la directora de la bellísima Fifi Howls from Happiness) auspicia un su compatriota Ebrahim Golestan y Godard, una conversación que se había planeado en los años sesenta y que se acabó posponiendo indefinidamente, al menos hasta que Farahani consiguió ponerlos en contacto y que durante medio año intercambiasen una serie de correos que se enviaban alternativamente todos los viernes. Estando Godard de por medio, ya nos podemos imaginar que los correos electrónicos no son cartas al uso, en su caso casi siempre imágenes que conforman un discurso, cuando no una suerte de jeroglífico. El diálogo tuvo lugar entre finales de 2014 y principios de 2015, pero nunca se nos explica por qué esta película no nos llegó antes. En todo caso, fue esa una época particularmente crítica para estos dos hombres ya muy mayores (los 84 años de Godard frente a los 92 de Golestan) y que en esos meses pasarán ambos por el hospital (Godard dos veces, la última con una delicada operación de corazón). A Godard lo conocemos de sobra, pero sorprende descubrir a un Golestan cuya lucidez no le va a la zaga y que le supera en vitalidad (¡y que habita en un palacete!), pero la película se sostiene en buena medida por los caprichos del primero, por sus ansias de provocar, aunque en este caso la provocación sea antes que otra cosa un juego entre viejos amigos, por más que se acaben de conocer. Por todo ello, À vendredi, Robinson tiene algo de continuación de JLG/JLG, autoportrait de décembre, un retrato hasta cierto punto testamentario, la nueva demostración de que no hay ninguna película con Godard que carezca de interés.

The United States of America es el título de la última película de James Benning, un título que ya utilizó en un mediometraje codirigido con Bette Gordon en 1975 y en el que la pareja recorría Estados Unidos de costa a costa a bordo de un coche en cuya parte trasera se situaba la cámara (un dispositivo recuperado por David Easteal en la muy interesante The Plains, vista este año en Rotterdam). Lo cierto es que el título valdría también para una retrospectiva del cineasta de Milwaukee, al fin y al cabo es lo que lleva filmando desde hace ya cincuenta años (con muy escasas excepciones: Alemania, Austria, la frontera mexicana…). Pero el recorrido que nos propone en esta nueva película difiere un tanto del de aquel otro título homónimo de 1975. Plano a plano y hasta 52, Benning nos presenta una imagen de cada uno de los estados que conforman la Unión (entendiendo también como tales el Distrito de Columbia y Puerto Rico) en estricto orden alfabético, desde Alabama a Wyoming. Los planos tienen muy poco de representativo (el de Connecticut es la bandera estadounidense ondeando al viento) o responden a una idea más o menos tópica de cada estado (un callejón en Nueva York, un campo de algodón en Mississippi). En todo caso, la filmografía de Benning circula por todos ellos: tenemos planos de trenes, nubes y hasta Stemple Pass, también canciones ocasionales o discursos políticos, de D.E. Eisenhower a Stokely Carmichael. Su propia estructura y la duración de los planos (algo menos de dos minutos cada uno) remiten a la Trilogía de California y, en el fondo, algo que delatarán los créditos, The United States of America es como la cuarta parte de una tetralogía, una ficción que hará las delicias de Thom Andersen (y de todo aquello que nos contaba en la primera parte de Los Angeles Plays Itself).