Carlos F. Heredero.

Hagamos recuento: Víctor Erice se encierra entre los restos ya casi arqueológicos de una vieja fábrica textil para interrogar con su cámara a los trabajadores supervivientes en busca de la memoria biográfica y social de la condición obrera en el ya lejano Portugal industrial del siglo XX. Werner Herzog desciende a una profunda sima paleolítica para filmar, en 3D, las imágenes rupestres más antiguas que se conservan, creadas por la mano de nuestros antepasados hace exactamente 32.000 años. Wes Anderson se inventa una imaginaria isla en la costa de Nueva Inglaterra para evocar en ella, con imágenes de inclasificable swing, los ecos de una infancia alimentada por deseos de fuga y de ruptura con el universo de los adultos. Leos Carax resucita para invocar todas las huellas que la historia del cine ha dejado en nuestras retinas al compás de un desquiciado itinerario urbano conducido por un personaje que es, a la vez, hasta once personajes diferentes transitando por un mundo futuro (¿o acaso presente…?) en el que ya no existen las experiencias realmente vividas. David Cronenberg imagina y fabula el derrumbe final del capitalismo como un universo en el que las ratas han sustituido al dólar como moneda de cambio y deambulan, cada vez más grandes, por las calles que recorre una multitud enloquecida.

Para bucear en el pasado reciente de nuestra propia sociedad, ahora que la crisis económica y las ciegas políticas antirregulatorias amenazan con desmantelar todas las conquistas de las viejas luchas obreras (Vidros partidos), para viajar en el tiempo hasta el pretérito más lejano de la humanidad en busca de las sinrazones de un presente monstruoso (La cueva de los sueños olvidados), para buscar refugio en la imaginación de la infancia frente a un universo adulto anclado en la hipocresía y en el autoritarismo (Moonrise Kingdom), para exorcizar la memoria del cine pretérito en busca de una razón de ser para el cine del futuro (Holy Motors), o para imaginar a qué tipo de farsa catastrófica puede conducir la locura irracional del rampante capitalismo financiero (Cosmopolis), realizadores como Erice, Herzog, Anderson, Carax y Cronenberg sueltan amarras, saltan por encima de las más rancias servidumbres, desafían todas las expectativas previamente formateadas por el mercado dictatorial y se adentran en el fértil territorio de la imaginación humana en busca de respuestas.

Y es precisamente esa búsqueda –impulsada por cineastas tan personales, irredentos y visionarios como los ya citados– de la que damos cuenta en este número de Caimán Cuadernos de Cine con nuestras respectivas aproximaciones a estas películas (algunas de ellas presentadas en Cannes), tan heterogéneas entre sí, tan distantes en sus raíces culturales, tan dispares en su proceso de gestación. Una búsqueda que se abre paso contra todos los vientos que soplan en contra, entre medias de tanta renuncia y de tanta claudicación como encontramos a nuestro alrededor (no solo en el cine), a despecho del miedo y del conservadurismo reaccionario en el que se refugian los que siguen creyendo que todo tiempo pasado fue mejor y de cuantos han renunciado a entender la sociedad, el arte, las energías, el desconcierto, los desgarros y las rebeldías del presente. Excitantes aventuras del cine y del imaginario creador en medio de un mundo convulso que se transforma sin cesar.