El segundo trabajo del realizador francés Nicolas Peduzzi funciona como adenda a su ópera prima, tanto es así que uno de los protagonistas de esta Ghost Song es el primo de la joven y rica heredera tejana que deambulaba, rodeada de alcohol, armas y compañías altamente inestables, por la Houston de Southern Belle (2017). Peduzzi no abandona ni la ciudad ni los modos de su anterior película. Su tensa escritura fílmica se mueve con soltura por entre los intersticios del documental y la ficción para imprimir un retrato binario sobre las convulsas vidas de la rapera afroamericana OMB Bloodbath y William, de familia adinerada pero abandonado a su suerte a causa de sus adicciones. Construida en paralelo, como si los conductores del relato habitaran compartimentos estancos y colindantes, el filme muestra un mundo en decadencia, violento y desquiciado, en el que el hip hop funciona como herramienta descriptiva pero también como la única voz de la esperanza, por más que esos dos mundos que conviven dentro del callejero de Houston exhiban el mismo grado de ruina.
De hecho, Ghost Song crece cuando la ópera se infiltra en la banda de sonido, rematando secuencias que se empapan de una decrepitud a contrapelo, en consonancia con los perturbados comportamientos de algunos personajes (el tío de William parece un sosía del Leland Palmer de Twin Peaks). El mérito de Peduzzi estriba en lograr que la fauna tejana que puebla su película se exponga sin cortapisas, también en su habilidosa manipulación de la realidad con ese huracán cuya amenaza sobrevuela todo el metraje y que estalla en el tramo final para lanzar una metáfora ambigua (¿estamos ante el apocalipsis o frente a una renovadora purificación?). Con todo, el director de Southern Belle necesitará trascender determinados modelos de puesta en escena que ya en este segundo trabajo se antojan en exceso formularios, desde el uso que hace de la televisión (más incisivo en su filme anterior) hasta esa cámara que se pega a sus personajes como si temiese que se le escapara algún gesto.