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Carles Matamoros.

Existe una estirpe de cineastas que someten a largas penurias a sus personajes y construyen sus filmes alrededor de ese sufrimiento castigador del que el espectador no puede escapar. Pienso en Lars Von Trier y Michael Haneke, pero también en Yorgos Lanthimos, Amat Escalante e incluso Cristian Mungiu. Sin esconder sus referencias, Sergi Pérez parece adherirse a esta tradición en su primer largometraje, El camino más largo para volver a casa, que sobresale por su contundencia, su solidez formal y su falta de concesiones.

Lo llamativo es que, en este caso, el protagonista de la película –Joel (Borja Espinosa)– no es tanto el que sufre las penitencias del realizador, sino el que castiga a todos los personajes que le rodean, incluido un perro que padecerá malnutrición, deshidratación, violencia y abandono. Considerando que Joel es también una víctima (fruto de la repentina muerte de un ser querido, que Pérez sitúa, con sutil acierto, en el fuera de campo del relato), El camino más largo para volver a casa será tanto un recorrido hacia la asunción del trauma por parte del personaje como un trayecto en el que el espectador se verá forzado a comprenderlo, a empatizar con un individuo que, en una situación dolorosa, se comporta de un modo deleznable. 

El plano inaugural de la película ya indica que el tour de force que compartiremos con Joel será, antes que nada, un viaje interior, un proceso intransferible que deberemos descifrar durante sus idas y venidas por Barcelona, donde le veremos buscar literal y metafóricamente su camino a casa. En ese arranque, un zoom nos acercará lentamente al cogote del personaje mientras está durmiendo, exhausto, en su cama. Esa proximidad a su rostro (y a su subjetividad) perdurará durante la mayor parte del relato, que Pérez filmará sacando un enorme partido a las texturas sonoras, que marcarán la distancia entre el universo mental de Joel (turbulento y abstracto) y el universo tangible que le rodea (nítido y naturalista). Más forzados resultarán, en cambio, los encuentros del protagonista con una serie de personajes-satélite que vendrán a toparse con él para hacerle ver que debe enfrentarse a lo ocurrido. Dichos intercambios tendrán, por lo demás, la capacidad de plasmar una de las tesis de la película: nadie puede –ni debe– decirnos cómo experimentar correctamente un trauma personal.

El cuerpo recio y cansado de Borja Espinosa (que construirá su convincente interpretación a base de espasmos, susurros, andares acelerados y respiraciones entrecortadas) será el que sostenga el peso de un relato que sentimos como una experiencia física, agotadora. Y es que, aunque pesen las deudas con los hermanos Dardenne (transparencia de las acciones, desesperación para cumplir una serie de objetivos, cámara en mano en constante seguimiento, renuncia a los psicologismos, comentario moral), Pérez logrará hacernos partícipes de la experiencia límite de un personaje incómodo del que asumiremos sus circunstancias.