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France es France de Meurs (Léa Seydoux otra vez, omnipresente en este festival), una periodista de élite, estrella mediática y supermillonaria, que ejerce como reportera de guerra con un estilo exhibicionista que le hace ponerse en escena a sí misma para colocarse ella en el centro del reportaje. Los perfiles del personaje son tan acusados y tan hiperbólicos (su maquillaje, su vestuario, sus poses, la decoración palaciega y prepotente de su casa) que el retrato se sitúa desde el comienzo en el territorio de la sátira, cuyos dardos van dirigidos frontalmente contra el rol de los medios de comunicación en el ágora mediático de la Francia contemporánea y contra la frivolidad de un periodismo que se pone en escena a sí mismo con la coartada de las causas humanitarias frente a las que gusta fotografiarse. Un despiste de France al conducir su coche por París deja a un humilde rider de una familia musulmana con la pierna rota y sin poder trabajar, lo que genera una crisis de conciencia en la protagonista: un giro que, por momentos, parece alumbrar lo que va a ser el objeto del itinerario dramático y narrativo del film hasta que, de pronto, France termina siendo objeto de una cruel charada periodística organizada todavía con menos escrúpulos de los que ella misma muestra en su trabajo.

A partir de aquí, el desconcierto termina por adueñarse de la película porque ya no sabemos, exactamente, en qué registro y desde qué mirada está contando Bruno Dumont la catarsis vivida por su personaje. Muy lejos de la magnífica Jeanne (2019), muy diferente de los registros de La humanidad (1999) o Flandres (2006), pero también de El pequeño Quinquín (2014), los tonos de France (la película) solo podrían encontrar alguna equivalencia en los de La alta sociedad (2016), sin llegar a las estridencias de aquella, pero a la vez acentuando lo que el propio ejercicio televisivo y mediático tiene de puesta en escena. A la película le cuesta mucho trabajo encontrar su propio espacio, sus tonalidades resultan esquivas y desiguales, la ligereza de algunas secuencias contrasta con la ampulosidad exagerada de otras. Su énfasis satírico a veces se queda corto y a veces resulta hiperbólico, por lo que el resultado final se queda en tierra de nadie hasta componer la que, en cualquier caso, es la película que menos podía esperarse de su autor. Un verdadero ovni, un capricho lujoso y diletante que corre el riesgo de no contentar a nadie.

Carlos F. Heredero

Ante las imágenes planas de France y su tono de comedia con ciertas ínfulas comerciales, quizás sea necesario preguntarse que queda de ese Bruno Dumont que filmó las turbulencias del mal en algún lugar de Flandes en L’Humanité y en esa maravillosa extravagancia llamada P’tit Quinquin. France tiene el tono de una película desangelada y, en cierto sentido, incluso puede llegar a serlo. Es como si fuera una película en la que cuesta identificar la estética y el universo de un autor tan radical como Dumont, que hasta esta fecha nunca había probado situarse en un terreno tan aparentemente cómodo como en esta película. France es el retrato de una periodista televisiva que reta los límites de la moral y parece buscar una posible redención en una realidad que, a pesar de manipularla, no ha tenido tiempo de comprender. France sigue durante más de dos horas los devaneos de France de Meurs que presenta noticiarios y realiza dudosos reality shows infiltrándose con los soldados que luchan contra el Daesh o simulando que va en una patera con inmigrantes, mientras es filmada desde un yate cercano. Todo parece exagerado, incluso en algún momento todo está llevado a los límites de lo impúdico. Sin embargo, en los momentos finales, Bruno Dumont parece encontrar también su redención como cineasta conectando France con una de las preocupaciones mayores de su obra: la definición del mal. Dumont es un cineasta que no cree en la humanidad, que considera que hay algo eternamente perdido en la condición humana y que nos arroja a la salvajada. El cineasta cree que probablemente el diablo no ha cesado de estar siempre entre nosotros. Por este motivo se cuestiona la naturaleza del mal y  los principios de la moral. France de Meurs -Léa Seydoux en su cuarta película en Cannes- acepta que está atrapada en su propia monstruosidad pero también es consciente que la monstruosidad está en el mundo. La redención es imposible y por lo tanto, todo seguirá igual. Terrible.

Àngel Quintana