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Un fantasma ha recorrido esta jornada inaugural del Festival de Cine Europeo de Sevilla: el pasado. En El año del descubrimiento, primera película española a concurso, unos sucesos de la España de 1992 retrotraen a unas cuantas capas temporales que se van superponiendo para, en fin, hablar del presente. Y en Ondina, el último trabajo de Christian Petzold, que ha inaugurado el certamen, una historia de amor arrebatada parece surgir de las profundidades de un tiempo mítico para decirnos que la vida que creemos vivir no es más que una acumulación de mitos e ideas preconcebidas, pero que también surge del sustrato de la historia reciente. López Carrasco parte de la más estricta cotidianeidad para hablar de un país que creía estar dejando huella de una manera y lo hizo de otra. Petzold, por su parte, empieza en el territorio de lo fantástico y acaba recreando modos de vida que todavía dependen de una pregunta inquietante: ¿es el progreso una utopía imposible, como se dice explícitamente en un momento de la película?

Ondina empieza en un bar (el lugar privilegiado en el que también transcurre en su mayor parte El año del descubrimiento, por otra parte) y luego sigue filmando un acuario que se resquebraja, las profundidades submarinas, una piscina misteriosa… Todo ello para narrar el amor entre un buzo ingenuo y una guía turística obsesiva, quizá una psicópata, quizá una diosa de otro tiempo. Nada es lo que parece y todo puede ser de otra forma. En cambio, El año del descubrimiento prefiere la imagen del fuego, del parlamento murciando incendiado en 1992. Creemos vivir una modernidad incierta, tanto que un simple virus también puede quebrarla, pero en el fondo no nos hemos movido de los orígenes, esos a los que hay que volver siempre para saber por dónde vamos.