Si no recuerdo mal, una de las primeras películas que vi en la Berlinale de hace diez años fue Journey to the West, la sexta película de la serie de The Walker iniciada por Tsai Ming-liang en 2011. Journey to the West, en eso creo no equivocarme, la vi en la sala Imax del Sony Center, hoy desmantelada. Es probable que nunca se proyectase una película tan ‘lenta’ en esa pantalla, una película que contrasta tanto con la propia dinámica del festival. Berlín puede ser muy tranquilo si lo comparamos con Cannes, pero es un festival que demanda movimiento y que requiere de la rapidez de las comunicaciones para desplazarse entre sus cines… lo que en el fondo también constituye su gran atractivo: un festival imbricado en la propia geografía urbana. Abiding Nowhere es la décima película de la serie y de nuevo nos confronta con las dinámicas de la ciudad y del propio cine. Filmada en Washington, D.C., la película presenta de nuevo a Lee Kang-sheng ataviado de monje budista y con la cabeza rapada recorriendo distintos espacios, tanto urbanos como naturales, al ritmo habitual de este tipo de películas, aproximadamente 20-22 segundos por paso. Sus escenas se van alternando con muchas otras de galerías y museos, también con otro personaje que, hacia el final, se prepara un plato de cocina y luego lo devora. En realidad, con esta forma de collage Abiding Nowhere tiene algo de síntesis del cine de Tsai. Ahí tenemos todas sus imágenes características, como si hubieran sido extraídas de sus películas anteriores a modo de antología desordenada: no se me ocurre mejor forma de acercarse a su cine que con este catálogo de formas y escenarios diversos. En parte porque la lentitud del monje representa un desafío, en primer lugar a nuestra mirada. En estos casos, ¿qué miramos: los pasos, el ambiente que los rodea? Y esto último es importante, la lentitud puede tener un efecto de trampantojo. El frenesí urbano puede llevarnos a confundir al monje con un mimo, detenido en el tiempo. Y sin embargo se mueve.
Jaime Pena