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Jesús Angulo

 La nueva edición del Festival de Cine Español de Nantes tuvo como gran protagonista al cine negro español. La edición se inauguró con Cien años de perdón, de Daniel Calparsoro. Las dos películas que –de manera muy diferente– podrían incluirse en el género, formaron parte del palmarés: El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, obtuvo el Premio Julio Verne al mejor film, mientras Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen, recibió una Mención Especial del Jurado, presidido en esta ocasión por la escritora Lydie Salvayre, hija de exiliados republicanos españoles y premio Goncourt 2014 por su novela No llorar. Tarde para la ira, de Raúl Arévalo, optaba al premio a la Mejor Opera Prima, que finalmente fue a parar a El rey tuerto, de Marc Crehuet. Vientos de La Habana, de Félix Viscarret, se exhibió fuera de competición.

Paralelamente se programó un pequeño ciclo de cine negro español, que arrancaba con El cebo (Ladislao Vajda, 1958) y llegaba hasta la cosecha de 2016, pasando por Enrique Urbizu (La caja 507, 2002, y No habrá paz para los malvados, 2011), La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014) o la serie Crematorio (Jorge Sánchez-Cabezudo, 2011). El propio Urbizu protagonizó uno de los mejores momentos del festival con el encuentro en el que habló sobre el cine negro que le interesa, que no es otro que el que “habla del funcionamiento oculto del sistema… del camino del dinero” y que para él “ha de ser conciso, exacto, narrativamente muy preciso, en el que las piezas deben encajar”. Tras identificarse especialmente con “la austeridad y la abstracción de Jean Pierre Melville”, afirmó que la industria española se ha apuntado al auge actual del género, lo que puede llevar a “repetir modelos de éxito”, con lo que “la mayoría de esos thrillers han abandonado mayores ambiciones que la ambientación. No hablan ni de estructuras, ni de sistemas, ni del mundo en el que se desarrollan las películas”, en lo que calificó de “vaciado del género”. El que puede ser considerado como el renovador del género en España a partir de los noventa, y uno de los realizadores españoles que mejor explica su cine, defendió el thriller como cine social, afirmó que “Hay que contextualizar a los personajes”, porque “estos no viven flotando en la nada” y reivindicó “la responsabilidad política del cineasta”.

La sección La ventana vasca, nacida del decidido apoyo de las instituciones vascas al festival (mientras las ayudas del ICAA continúan siendo testimoniales) se centró en esta edición en un ciclo sobre Gernika, ochenta años después del bombardeo de la ciudad por la aviación alemana, con películas de Nemesio Sobrevila o Alain Resnais y que concluyó con la fallida Gernika (2016), de Koldo Serra.

La figura homenajeada este año fue Emma Suárez (un año tras otro no deja de sorprender la popularidad de actores y realizadores españoles en la ciudad) de la que se exhibieron, entre otras, las películas que le supusieron sendos Goyas en la última edición: Julieta, de Almodóvar, y La próxima piel, de Isaki Lacuesta e Isa Campo.

Jo Sol recibió el premio del Jurado Joven por Vivir y otras ficciones; Paco León, su tercer premio en el festival, el del Público, por Kiki, el amor se hace; El fin de ETA, de Justin Webster se hizo con el de Mejor Documental; y la inevitable Timecode, de Juanjo Giménez, con el de Mejor Cortometraje.

Unos meses antes, la directora del festival Pilar Martínez-Vasseur fue reconocida con la Legión de Honor francesa por sus méritos académicos, entre los que figuran sin duda la creación y mantenimiento del festival desde hace veintisiete años.