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“El cine es una revolución y esta película es una revolución”. Con estas palabras presentó Delphine Kreuter X14, título con el que se inauguró la sección Revoluciones Permanentes este año en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. La videoartista francesa explora en este, su tercer largometraje, imaginarios propios de lo weird para plantear una reflexión sobre el encuentro de distintas subjetividades. Sus personajes viven en un mundo tecnológicamente avanzado, que, en lugar de ser un futuro sacado de un clásico de ciencia ficción, es el mundo que habitamos actualmente, pero con posibilidades expandidas, donde todo tipo de tecnología existe –desde los órganos mecánicos hasta la clonación de gatos–. Y, sobre todo, es un mundo en el que lo humano y lo no humano no sólo coexisten, sino que conviven en su día a día. Es así como Kreuter crea un ambiente ominoso, que inserta en la cotidianidad esos destellos de lo weird, dando paso a una realidad posthumanista donde la máquina tiene su propia identidad e incluso en ocasiones está integrada en el ser humano.

Este es el caso de Liz, protagonista del film, una mujer joven que, tras sufrir un infarto, vive con un corazón artificial que debe cargar como la batería de un móvil, convirtiéndola en una especie de zombi o ciborg –o incluso ciborg zombi–, como en algún punto de la película se discute. Liz vive con su robot, X14, en un piso lleno de recuerdos de lo que ella llama “su vida pasada”: el esposo y el hijo que perdió en un accidente y cuyas muertes nunca ha podido superar. En la conjunción de todos estos elementos se encuentra una historia de duelo y de liberación, si bien se aleja completamente de las convenciones usadas para narrarlo. Kreuter demuestra que es posible hacer un retrato del dolor a partir de lo cómico y lo raro, desestabilizando una vez más el orden en el que hemos llegado a clasificar todo, incluso los relatos cinematográficos. X14, en palabras de la directora, es una “personificación poética de la muerte”: esa muerte que acompaña a Liz todo el tiempo y de la que no logra desprenderse. Así, lo emocional y lo corpóreo se entrelazan en esta lucha por liberarse de los propios demonios, internos pero hechos externos, nunca de modo tan literal.